Mar entró en casa como siempre. Apurada y cansada, con bolsas de la compra llenas del agobio y la frustración diaria. Apuró los metros de pasillo para dejar las bolsas-el agobio y la frustración eran mas díficiles de dejar- y se encaminó al servicio. Cuando llegó y se disponia a sentarse en lo que ella llamaba su "trono", el único lugar de la casa donde podía estar tranquila, entonces ocurrió. De lo mas profundo de la estancia surgió un extraño sonido: ¡Flush, Flush!.
Investigó, indagó, pero no podo averiguar de donde venía. Poco tiempo después su marido, ajeno a sus preocupaciones, entró en casa, procedente del bar. A preguntas de ella sobre el misterioso ruido respondió, con gesto bobalicón, abriendo una cerveza, -No se, voy al salón a ver la segunda parte del partido-.
Entonces ella se puso a hacer la cena y se olvidó del asunto.
Dias después estaba haciendo la limpieza cuando desde algún lugar del salón surgió un extraño sonido: ¡Flush, Flush!. Ella emitió un grito ahogado y se quedó paralizada. Nada. No ocurrió nada. Al menos hasta que ella se movió. ¡Flush, Flush!. Entonces corrió a refugiarse en su habitación. Atrancó la puerta con la silla y agarrando fuertemente el cojín se dispuso a a recibir el ataque final de aquel ente de otro mundo. Nada. No ocurrió nada. La tensión la fué venciendo hasta que, a altas horas de la madrugada, llegó el marido, con mas copas que su adorado Real Madrid y con un sospechoso olor a pachuli. Venía juguetón pero ella no estaba para bromas, como le hizo saber con un oportuno codazo.
Otro día ella estaba sumergida en su lectura de novela negra cuando, al levantarse para preparar café, sonó de nuevo. ¡Flush, Flush!. Entonces se quedó paralizada por el terror y se sintió mal.
El marido llegó tarde, como siempre. La encontró tirada en el suelo, abrazada a su cojín y con el gato lamiendole la cara. ¿Y ahora que te pasa?, acertó a decir con su lengua de trapo. A lo que desde algún lugar de la casa alguién contestó: ¡Flush, Flush!.
El marido, aturdido, después de soltar un eructo rotundo, la miró y dijo.- Por cierto que no te he dicho que he comprado un ambientador con dosificador.- Pero a ella ya no le importaba. Había pasado a mejor vida.
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