martes, 27 de julio de 2010

Besos de Cristal

 El alférez Torres tiró de una patada la puerta abajo. Había oído gritos desesperados de una mujer y penetró en el edificio seguido por su fiel sargento Martín. Gerardo Torres, de 21 años, era Alférez Provisional de la XVIII Bandera de La Legión y su sección formaba parte de la vanguardia nacional que entraba en Madrid a finales de Marzo de 1939.
 Lo que vió le hizo palidecer de rabia. Una mujer, joven, con un brazalete del Socorro Rojo, estaba siendo golpeada y desnudada por un grupo de Regulares. A la orden del efurecido Alférez uno de los enloquecidos moros le apunto con su arma. Entonces un estampido retumbó en la sucia estancia. El Sargento Martín acababa de salvar la vida de su alferez, una vez más. Cuando todavía no se había disipado el olor apólvora un Capitán de Regulares entró como un torbellino en el cuarto. "Sus" moros corrieron a refugiarse detrás de él y atropelladamente inventaron una excusa. El Capitán, mirada de hielo, se acercó al Alférez y desenfundando su arma apuntó al joven oficial a la cabeza. El Sargento Martín, en un movimiento felino se apartó de la linea de fuego del capitán y con un tono de voz de ultratumba, susurró: "Mi capitán, con todo respeto, si no aparta su arma de mi alférez le dejo sin cabeza". Dieciseis años en el Tercio avalaban la amenaza del sargento. El capitán,. entonces, con voz temblorosa, dijo: "Bueno, está bien, aquí no ha pasado nada" y gruñó una orden en rifeño a la cual respondieron los frustrados violadores saliendo como alma que lleva el diablo.
 El Alférez llevó a la muchacha, Carlota, al puesto de socorro mas próximo no sin antes quitarle el brazalete. Semanas después, ella repuesta y la guerra terminada, Carlota fué a buscar al alférez al cuartel. Pasearon por un Madrid lleno de cicatrices y fueron a comer a un bar desierto y semiderruido, con mantel de cuadros, donde desde un gramófono Machín cantaba "aquellos ojos verdes". Ella se sentía segura por primera vez en mucho tiempo y se  lo dijo a él. También le susurró :"Tienes unos ojos verdes preciosos, cambian con la luz y cuanto mas los miro mas me gustan".
Acabaron haciendo el amor en una habitación de fonda. Sus encuentros se volvieron mas frecuentes hasta que un día él le dijo que su unidad debía dejar Madrid pero que la escribiría y cuando pudiera volvería a por ella.
 Lo que no le contó es que en una ciudad de provincias le esperaba su novia de toda la vida y que le faltaba valor para romper con ella y con su mundo de costumbres y tradiciones. No volvió a llamarla nunca.
El Alférez Torres siguió en el Ejército. Se casó con su novia. Progresó en su carrera, tuvo dos hijas y se retiró en 1980 con el grado de Coronel. Entonces su mujer enfermó de cáncer y en un año murió, finalizando cuatro décadas de matrimonio no muy feliz pero tranquilo.
 Entonces el  Coronel Torres se decidió. No se llevaba bien con sus hijas a las que había malcriado y que se habían convertido en harpías ambiciosas. Cuando quedó con alguna viuda de un compañero para tomar café pusieron el grito en el cielo. Entonces no dudó. Llamó a su nieto, con el que siempre había tenido una conexión especial y que era profesor de informática, para que buscara en Internet el rastro de Carlota. Un mes después se encontraron en la Estación de Atocha. Lástima que los trenes modernos no tuvieran el vaporoso glamour de los de posguerra. Pero a ellos les dió igual. Se besaron en la mejilla, timidamente. Aquellos dos setentones se contaron nada menos que ciencuenta años de sus vidas. Ella no le reprochó su partida, siempre había sabido que algo así sucedería. Carlota era viuda desde hacía treinta años cuando la tuberculosis se llevó a su marido,un maquis, recien salido de la cárcel.
 Entonces retomaron su relación. Evidentemente ya no había tanta pasión, pero había ternura, mucha ternura, el mejor bálsamo para sus cicatrices. Pero las hijas de él se enteraron e intentaron romper aquellla relación por todos los medios. Sin embargo Carlota era una señora y como tal se comportó. El ,harto, se mudó a Madrid y acabaron viviendo juntos. No se casaron para que ella no perdiera su pensión, pero nunca hubo un matrimonio mas auténtico.
 Pero su felicidad duró poco. Tres años después, cuando él corría para coger un autobús, el corazón le traicionó y cayó fulminado. Cuando las hijas se enteraron ni siquiera fueron al funeral, al que si asistó un nonagenario Sargento Martín, con el escudo de la Legión, de oro, en la solapa, que se acercó al féretro abierto y lo colocó en la pechera de su antiguo jefe. Pegó un taconazo que se oyó en toda la funeraria y se fué
 Despùés Carlota volvió al piso que compartían. Se sentía muerta, alucinada, abotargada. No tardó en romper a llorar. Abrazada al marco de plata que el le había regalado para poner la foto que conservaban de aquellos dias felices en aquella España triste. aquel Madrid herido.Así pasó dias. Una llamada a la puerta la sacó de su agonía. Era un oficial de Notaria. El piso era de él y despistado, como siempre,se había olvidado de hacer testamento. Aunque el dia de su muerte había quedado con el Notario para cambiarlo, aquel autobus lo había impedido.
  Las hijas la requerían para que lo abandonara en un plazo corto.El dia en que se cumplía el plazo las dos harpías irrumpieron con su abogado en el piso. Oyeron música pero al entrar no había nadie. La "amiguita" de su padre ya no estaba. Solo se había llevado lo suyo. Les llamó la atención, con su olfato avaricioso, que encima de una mesita de té hubiera un marco de plata vacio con besos de carmín en el cristal. En el CD Machín cantaba "aquellos ojos verdes"

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