España salía, tras la muerte de Franco, de cuarenta años de dictadura. En el mundo estábamos en plena Guerra Fría y, en Portugal - nuestro vecino - se había producido un golpe de estado que desencadenó la Revolución de los Claveles.
Aquí mandaba el sucesor de Franco a título de Rey. Este, haciéndose eco del clamor popular e influído por los EE. UU. a través de su aliado ( la RFA ) copia una Constitución - La Carta Fundamental de Bonn -. El objetivo era consagrar una transición a la democracia moderando la alternativa de izquierdas. El PSOE fué premiado frente a un PCE laminado por leyes electorales ad hoc. Además, la sociedad española ( con una clase media en alza ) era propicia a esa moderación.
La derecha y la izquierda moderaron sus posiciones para no repetir los errores que llevaron a la Guerra Civil. Y todos esperaban que los nacionalistas hicieran lo mismo.
Pero llegaron los llamados años de plomo. La ofensiva de ETA ( criatura de un nacionalismo vasco, hijo de una derrota carlista mal digerida ) fué feroz.
Además el PSOE, y luego el PP, coparon - con sus votos - el poder. Y se dedicaron a cargarse todos los controles constitucionales. La Democracia, que tanta pasión había despertado, se convirtió en una mera cuestión formal. Con la crisis los derechos sociales se esfumaron. Y la corrupción se institucionalizó.
Además las oligarquías regionales ( de derechas ) trataron - y aún lo hacen - de extirpar las señas de identidad de una inmigración interior, a través de la imposición ( a imitación de Franco ) de una lengua y un pensamiento único.
Y, en eso, pasaron 35 años. Y algunos piden la reforma constitucional. Yo pido que, antes, se empiece a cumplir la que - desde hace 35 años - tenemos. La que garantiza la igualdad de los españoles ante la ley y los derechos sociales ( el primero, el derecho al trabajo). Ya va siendo hora.
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