lunes, 8 de diciembre de 2014

EMPEL

 Ahora parece que nunca ocurrió. Pero, para los que estuvimos allí, los que sufrimos en nuestras carnes el frío, el hambre y el miedo, fué inolvidable.
 Pero todavía no me he presentado : me llamo Luis. Y fuí capitán en el Tercio de Bobadilla durante la guerra de Flandes - hace ya medio siglo -.
 Tal día como hoy ( Ocho de Diciembre ) del año de Nuestro Señor de 1585, asistí a lo que, posteriormente, sería conocido como El Milagro de Empel.
 Estaba yo, con mi tercio, a las órdenes del Capitán General D. Alejandro Farnesio, intentando ayudar a las ciudades católicas de Holanda. El invierno - maldito invierno hereje - y el enemigo dieron con nosotros en la Isla de Empel. Bueno, también ayudó la eficaz fiereza de la gran escuadra del Almirante Holak.
 Se nos acababan los víveres, las municiones, y nuestras ropas - hechas girones - nunca se secaban. Los gritos de nuestros heridos eran, cada vez, más frecuentes y desmoralizadores.
 En esto ( y dado lo apurado de nuestra situación ) nuestro Maestre nos ordenó, a los pocos supervivientes, refugiarnos en torno - y en él - al Castillo de Empel.
 Pedimos ayuda, desesperadamente, al Señor de Farnesio en Bruselas.
 Pero, en el fondo, no esperábamos tal. Por eso, cuando D. Francisco - nuestr Maestre - nos reunió a los oficiales y nos dijo que no se proponía rendirse ( y que prefería la muerte a la capitulación ) le apoyamos incondicionalmente. Era un asunto de honor.
 En estó llegó la noche del 7 al 8 de Diciembre. Y el cabo de guardia de mi compañía me despertó.
 Uno de mis soldados había encontrado en su gélida trinchera, una imagen de la Virgen en una tabla flamenca.
 Cuando llegué a la trinchera me encontré  a mis hombres( hincados de rodillas y rezando fervorosamente ). Yo, la verdad, siempre fuí muy escéptico. Pero me emocioné ante el fervor de aquellos hombres, al borde de la muerte. Mi emoción hizo saltar las lágrimas de mis ojos cuando - a palabras del Maestre insinuando la posibilidad de la rendición, respondieron los soldados - como habíamos hecho sus capitanes -: ¡ Preferimos la muerte al deshonor!.
 Al día siguiente el Río Mosa amaneció helado y atacamos, desesperadamente, a la flota hereje ( bloqueada por el hielo.
 Eso se llamó el Milagro de Empel. Conseguimos romper el cerco y salvar al Tercio.
 Pero yo, más escéptico ahora por mor de mi avanzada edad y de las heridas del alma que me dejaron los años de servicio al Rey en sus malditas guerras de Flandes - trituradoras de los mejores soldados - ; yo considero el verdadero milagro de Empel la bravura de aquellos camaradas con los que serví en Flandes. Aquellos como los bravos de Empel



                                           
                                                    

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