Se llamaba M... y era canaria. Y estudiaba Farmacia.
Vivía, como yo, en una de las residencias universitarias del Santiago de Compostela de mediados de los ochenta. Era dulce, muy dulce. Y alegre.
La conocí porque era, yo, amigo de su novio. Este la trajo a una tertulia política en la que yo participaba. Al principio hablaba poco. Se limitaba a escuchar. Después comenzó a implicarse. Intervenía para darme la razón, y para defender mis argumentos. A mí eso me halagaba. No os voy a engañar. Pero lo que más me gustaba era su mirada. Una mirada verde, y expresiva, que me ponía muy difícil concentrarme en mis intervenciones.
Ella me gustó desde un principio. Pero cuando me llegó más adentro, fué un verano. El verano de mi segundo año. Me tuve que operar de un pié. Y me sentía - en el hospital - sólo. Sólo y sofocado por el calor. Entonces recibí una carta suya. Me contaba que iba, mucho, a la playa. Y me describía, sensualmente, las sensaciones del mar acariciando su piel. Aquello supuso una brisa fresca entrando en mi cargada habitación de hospital. ( que ella, con su carta, llenaba de fresca ternura )
Cuando, en Octubre, volví a verla ya estaba irremediablemente enamorado. Pero, un cierto sentido de la lealtad hacia mi amigo, impidió que le dijera nada - a ella -. Además, ella, ¡Estaba tan enamorada de él !.
Os podeis imaginar lo que pensé cuando, este amigo, me dijo que ( como ella iba a terminar la carrera ) él había decidido romper la relación. Sólo acerté a decirle, furioso, ¡ A una chica así se la sigue hasta el infierno!.
Él no me entendió. Me miró como si me hubiera vuelto loco. Él era gallego y, en sus planes, no entraba desplazarse.
Y pasaron los años, y coleccioné más heridas en mi corazón. Heridas que el tiempo convirtió en cicatrices.
Ahora mi corazón tiene otra dueña. Pero, el otro día, en el transcurso de mi paseo matutino, de repente, acudió a mí el recuerdo de M........ Y quise compartirlo con vosotros esta historia de mediados de los ochenta.
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