Ayer fue el día de la Hispanidad. Entre tanta celebración me gustaría abrir un breve espacio para la reflexión.
Soy español, si. Pero se trata de una circunstancia. Muy orteguiana, pero una circunstancia. No sé qué pensaría si fuese de otra nacionalidad. Lo mismo que no sé como sería si las circunstancias de mi nacimiento fueran otras. Pero soy lo que hicieron de mí (con luces y sombras —no soy yo el que me puede juzgar mejor—). Pero una de esas circunstancias es la de ser español —por gallego y coruñés—. Y soy, o eso intento, un individuo libre —en la medida que me permite mi hemiplejía— y maduro (mis 48 años me obligan a ello). Tengo que asumir mi pasado, aprender de él y superarlo. No me gusta ser admirado, ni compadecido, por mis circunstancias personales y nacionales. Todas son fruto del azar. Las asumo porque soy producto de ellas. Soy así. Es un hecho. Como es un hecho y no —un sentimiento— mi españolidad.
La tradición de la que provengo (que no es castellana) se va diluyendo, cada vez más, en una globalización y no en particularismos nostálgicos, pero a superar.
Pero, a día de hoy, comparto unas tradiciones coruñesas, gallegas, españolas, europeas y occidentales.
Como español, y dado el día de hoy, recuerdo que pertenezco al primer país que descubrió y colonizó América. Al país cuyas naves dieron la primera vuelta al mundo y que fundó la primera Universidad en tierras americanas. Pero también pertenezco a un país que, negándose a si mismo, extrajo de raíz —con su expulsión— la herencia judía (Sefarad) de la que es deudor. También es un país que dio personajes como Franco (cuyo mayor error, que no el único, fue patrimonializar —y monopolizar— una idea que es, además, garantía de igualdad de unos ciudadanos que pretendió convertir en súbditos).
Pero es hora de que escapemos a su trampa. Se trata de reivindicar una España —temporal, pero vigente— en la que nos ha tocado vivir y, cuya historia (con luces y sombras) nos ha hecho como somos. La España de Franco, sí. Pero también la de Cervantes, Velázquez y Ramón y Cajal. Pienso que, los españoles, debemos inspirarnos en lo mejor de nuestro pasado —y no en lo peor—. Somos el país de Averroes, de Maimónides, de Lope. Hemos hecho cosas terribles, que debemos de lamentar y asumir. Pero también hemos dado, al mundo, una lengua y una cultura. Cada vez mas pujantes (aunque nosotros, en un ejercicio de masoquismo inexplicable, nos empeñamos en denostar).
La Historia nos demuestra que no está, el futuro, escrito. Por eso es necesario que, sabiendo de donde venimos, empecemos a mirar a donde nos dirigimos. Sin falsos complejos, pero huyendo de peligrosos nacionalismos. Somos lo que somos y seremos lo que queramos. Por eso hago esta reflexión que me parece importante en esta conmemoración.
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