lunes, 8 de julio de 2013

Recuerdos de Trafalgar

 Estoy con mi amada esposa, disfrutando de un día de campo, en los bosques que rodean Cádiz. Un carro, conducido por mi fiel criado, nos ha traído hasta aquí. También ha traido mi silla- la que necesito,pero abandono esporádicamente, para dar pequeños y escasos pasos. La dedicación de mi esposa es total y me da ánimos para seguir con mi recuperación. Estos esfuerzos son mi forma de compensar su sufrimiento, que sé grande. Todo empezó cuando un correo naval apareció en mi finca, con órdenes de mi incorporación inmediata, como oficial de derrota, al navío Príncipe de Asturias. En él embarque en Cádiz. No dirigimos a unirnos a la flota francesa, en Cabo Trafalgar. Otros navíos españoles nos secundaron. Enseguida me dí cuenta, con mis compañeros, de lo equivocado y peligroso de nuestra formación. Y así lo comenté en el castillo del buque. De repente vimos, en el horizonte, dos docenas de velas. Me temí lo peor . Estas se acercaban lenta pero continuamente.
Yo estaba al mando de la linea de cañones de un costado del buque. A la orden del almirante, mande cargar cañones. No teníamos suficiente munición y,los cañones, se cargaron con todo tipo de proyectiles de fortuna. Mis hombres cumplieron mis órdenes con entusiasmo, pero su procedencia-campesinado- no era la adecuada para esa tarea. Esta estaba formada,improvisadamente por bisoños, casi niños, y por veteranos fatigados. Así, nuestras más de 100 bocas de fuego, eran poco efectivas. Uno de mis compañeros, viendo las órdenes ttransmitidas, repuso: el francés nos conduce al infierno, refiriéndose a nuestro almirante galo.
 Todos estábamos mirando hacia la escuadra inglesa, hacia la muerte. Nuestro jefe español, Gravina, miraba por su catalejo y comentaba con Escaño. Su gesto no podía ser más grave. Los dos vestían sus mejores galas, como preparados para morir en combate. Gravina cerró el catalejó y musitó una orden a un joven oficial. Los marineros treparon, rapidamente, por los obenques.. Los franceses habían entrado en pánico y el maldito Villeneuve mandaba volver a Cádiz, rompiendo la formación. La falta de viento hizo la maniobra especialmente lenta. Pasamos de ser, nosotros, la retaguardia de la linea hispano-francesa. Los ingleses aprovecharon la ocasión para echársenos encima. Recibimos los primeros cañonazos, sin poder responder. Del denso humo salieron disparados fragmentos cortantes de cubierta
El ataque inglés rompió nuestra linea y se dirigió al Santa Ana, nuestro buque insignia. Los estampidos nos anunciaron que no íbamos a salir bien parados.Uno de los fragmentos de madera me golpeó en la parte derecha de mi cabeza. Perdí el conocimiento y entré en coma.Pasé en este estado un mes. Luego me contaron que me sacó de este estado un médico naval inglés, mediante una trepanación de urgencia. De estas negras reflexiones me sacó una caricia tierna de mi dulce esposa. Esta siguió conmigo a pesar de que todos me daban por muerto. Y no sólo eso. Su apoyo durante mi convalecencia fué esencial. Apoyo que me sigue brindando en mi lucha contra mi hemiplejia. Uno de los recuerdos-y no el peor-de la derrota de  Trafalgar.


Batalla de Trafalgar
                          

                         

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