sábado, 15 de octubre de 2011

Redención

"Desperté como  otras veces: Con el cerebro embotado, la boca de goma, los brazos de trapo y un dolor de cabeza infinito. Pero lo que me rodeaba era distinto. Una habitación limpia y luminosa, con las paredes pintadas de blanco, sin rastro de humedad. Un olor sedante a química me llegaba suavemente. y la penumbra me acariciaba los ojos. Un tipo dormía en la cama de al lado ¡Una habitación de hospital!. Pero... ¿como había llegado allí?.
 Recordaba caminar torpemente por la calle, con mi cartón de vino de marca blanca. Todo se nubló y...
 La puerta de la habitación se abrió, cerrando mis etílicos recuerdos. Una manada de batas blancas, encabezadas por su macho alfa, entró en la habitación. Este parecía solemne y acompañado por la que, sin duda, era su enfermera que precedía a un grupo de críos que lo miraban embobados. Sus estudiantes.
 Me miró con profesionalidad y me dijo: Amigo, esta vez casi lo perdemos. No le voy a dar la charla, como veo en su historial que han hecho en otras ocasiones mis colegas. Solo le diré que le he extirpado un tercio de su hígado. Si quiere suicidarse va por buen camino, aunque hay medios mas rápidos.
 No cabe duda, pensé. Lo que ocurre es que cuando uno quiere autodestruirse inconscientemente no traza un plan. Improvisa. Primero fué el alcohol de marca, mientras pude permitirmelo, después lo acompañe de varias drogas. Cuando perdí el trabajo conseguí desengancharme de estas, pero no del alcohol. Todo eran ventajas. Era uno de los pocos paraisos artificiales socialmente aceptado. Entonces la caida se aceleró. Lo perdí todo. Hasta el dia de sellar la cartilla del paro no fuí porque estaba borracho. Perdí la prestación. Mis amigos fueron dejando de llamar o lo hacían para darme consejos o hacerme reproches inútiles de libro de autoayuda. Incluso conocí a una chica con la que salí un tiempo. Me enamoré y ella intentó ayudarme, pero no supo como. También se cansó. Los que nunca se iban eran esos paraísos artificiales que envolvían el infierno. Todo me daba igual. Dejé de leer y vendí mi bien mas preciado, mis libros, para seguir bebiendo.
 Y aquí estoy, aguantando a este gilipollas de bata blanca que me dice la verdad. En fin, menos mal que la anestesia me está volviendo a dormir..."
 Cuando se despertó, el vecino de habitación ya no estaba. Este había dejado una libreta y un bolígrafo encima de la mesita. Entonces, ya mas despierto, estiró el brazo y los cogió. Empezó a escribir compulsivamente. Entre sudores y un temblor creciente fué escribiendo, escribiendo...escribiendo.
 Sin darse cuenta llegó la noche. Cuando le trajeron la medicación  la enfermera, una chica muy guapa le preguntó.
- Anda, ¿Que escribe?, tiene que ser algo especial pues es la primera vez que le veo sonreir.
El se miró al espejo del armario y, efectivamente, vio en su cara una leve sonrisa. Entonces sintió algo muy dentro, como cuando hacia años iba a la playa a primera hora y dejaba que el sol suave le acariciaba. Era la sensación de estar en paz.

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