Su vista se abrió paso entre la bruma resacosa, para fijarse en aquel dosel que pretendía ser elegante. Su conciencia iba despertando según le permitía la borrachera, ahora resaca. Sintió un frio cruel y miró a su lado. La chica que había "dormido" con él ya no estaba. Un despertar dulce y romántico no entraba en el precio convenido
No sin esfuerzo, el Capitán de Fragata D. Juan Ramón de Ulloa y Fitzpatrick, se levantó. Sumergió la cabeza en el agua helada de la palangana y la secó agitándola como un perro. Luego se lavó secándose toscamente. Las costumbres de alta mar estaban pudiendo con la refinada educación del Conde de Liáns.
Llamaron a la puerta y entró Gabriel, su criado.
-Señor, el maestro de esgrima os espera para vuestra lección diaria.
Juan Ramón bajó despues de vestirse con un pantalón de cuero y una camisa de seda. Lo hizo una vez se había ido el criado. El capitán no soportaba que alguien le viera vestirse y pudiera contemplar sus cicatrices.
El maestro le esperaba en la sala de armas, el lugar mas solitario de la casa. Ahora unicamente era empleado por él. Los jubilosos dias en que su padre retaba, como juego, a otros caballeros de la comarca, estaban lejos.El maestro era un caballero talludo que había conocido tiempos mejores y que ahora languidecía como su arte. Por eso, aún sintiendo la amputación de su discípulo, vió una oportunidad de sobrevivir un tiempo.
- Solo os pongo una condición, antes de que llegue el verano deberé luchar con la izquierda igual que antes con la derecha.
Pero Juan Ramón era impaciente y reaccionaba ante sus propios fallos con furia.Sobre todo si los cometía en compañía Salíó renqueando y subió las escaleras vociferando:
-¡Gabriel¡¡Maldita sea!¿Donde te metes?. ¡Mi caballo, prepara mi caballo!
Antes de que terminara, como siempre, apareció Gabriel con las botas de montar y el gabán de lana
- Señor, "Tempestad" ya está preparado en la puerta. Pero...
Antes de que terminara el capitán ya estaba encima del caballo, enfilando la entrada del Pazo. Como ánima que huye del diablo el hermoso animal de capa torda se perdía por el camino.
A Juan Ramón le gustaba cabalgar solo. Entonces podía liberar su mente y de los perros negros del pasado, sin que se sintiera ahogado.
Podía regresar a su infancia, tan feliz, su formación naval, siguiendo la tradición de los Ulloa. Podía volver a su mejor momento, como integrante de la expedición Malaspina, a las ordenes de aquel gran hombre, hoy exiliado, fuera de esta España extraña y desagradecida, ocupada por un extranjero por culpa de un rey cobarde y estúpido y un principe estúpido y cobarde.
Ellos y sus alianzas erráticas llevaron a Juan Ramón y a sus compañeros a aquel maldito cabo gaditano, con una flota improvisada, a las ordenes de un incompetente francés. Aquella jornada nunca se le olvidaria. Sobre todo la masacre. Masacre que él, ingenuamente intentó detener, al golpear a su capitán, un francés inutil y borracho que con sus órdenes llevaba a su barco al desastre.
Pero todo fué inutil. Cuando terminó la jornada, estaba en la enfermería del buque, sin la mano derecha, el ojo izquierdo, y con un boquete considerable en el pecho. Atendido por un médico inglés, mas nervioso que él, y rumbo a Gibraltar como prisionero de guerra. Cuando volvió a España le esperaba un consejo de guerra que, por influencia paterna, terminó sin expulsión pero dado de baja por causas de salud.
Mas de un año después su padre había muerto de vergüenza y su madre le esperaba en Escocia, a donde se resistía a ir.
En estos pensamientos estaba cuando "Tempestad" llegó a la ermita. Increiblemente hermosa, rodeada por un frondoso bosque, parecía surgida de un relato artúrico. El Conde bajó de la fatigada montura y se sentó en una roca que dominaba el panorama. Sacó una bota de vino, queso, pan y chorizo de las alforjas. Todavía disfrutaba de aquella comida, que en el mar era un lujo, y le gustaba comerla solo, sin ceremonia. La puerta de la ermita se abrió y algunas personas salieron, casi todas mujeres y de cierta edad. Le llamó la atención una chica de hermoso talle, ropas lujosas y unas manos increiblemente bellas y delgadas, que se subió a un carruaje y desapareció en la dirección del sol.
Después de comer y de dar cuenta de la bota, se envolvió en su capote naval y se quedó dormido. Le gustaba mucho dormir bajo el sol del atardecer, solo, con los seres del bosque que le había presentado su abuelo escocés hacía muchos años.
Cuando se despertó, la noche empezaba a caer . Entonces se puso en marcha, esta vez a pié, con su leal caballo acompañandole de las riedas. Comenzó a hablar, como hacía tantas veces, no sin antes asegurarse de que no era visto por alguien
Frisaban las ocho de la tarde cuando llegó, agotado, al pazo. En cuanto Gabriel lo vió corrió hacia él, marcando su rapida cadencia en el camino de grava.
-¡Señor, Señor!, ¡Rápido!.
- Pero hombre...¿Que te pasa? ¿Es que has visto el fantasma de Nelson?
- Señor,...- el criado pugnaba por recobrar el aliento-, un correo de Capitanía General os espera desde hace horas. Mirad que os tengo dicho que me digais a donde vais- reprochó al borde de la insolencia-
- Cálmate chico, que te va a dar algo- El capitán estaba relajado y de buen humor .
Entraron juntos en la casa. Un chico, con un uniforme mas viejo que él se cuadró y preguntó
-¿El Capitán de Fragata de Ulloa y Fitzpatrck?
- Yo soy
Y con una enérgica inclinación de cabeza le extendió un sobre lacrado. Juan Ramón lo abrió:
"El Capitán General del Reino de Galicia, ordena al Capitán de Fragata D. Juan Ramón de Ulloa y Fitzpatrick que se presente, a la mayor brevedad, ante mi persona, para ser reintegrado al servicio en el mar"
La cara del Conde se tornó cerúlea y su gesto se volvió pétreo. Cuando levantó la vista del despacho era otro.
-Bien. Ahora es demasiado tarde para partir. Tu te quedas a dormir. ¿Has comido algo?, le dijo al mensajero
Este negó con la cabeza
-Está bien.Gabriel encárgate de su alojamiento y luego llévalo a la cocina. Quiero café para mí, mucho café. Tu preparate para marchar mañana con el alba
- Señor,¿ puedo saber de que se trata?
- Saca mi uniforme y límpialo. Tráeme mis cartas naúticas Ah, si claro, viejo amigo. Volvemos al mar.
Cuando se dirigía a la biblioteca pudo dejar que sus manos temblaran.
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