Todavía no he podido reaccionar. Estoy en cama desde hace varios dias. Con las mantas hasta la nariz y eso que sudo profusamente. Pero no me atrevo a salir. Creo que la oscuridad me protege.Las persianas cerradas son mi muro frente a ellos. No deben saber que estoy en casa. Por que si no, vendrán...
Todo empezó la mañana de nochebuena. Como todas los inhóspitos amaneceres, saque mi sufrido cuerpo de casa para dirigirme al trabajo. Con los ojos entreabiertos por el frío y el sueño me dirigí al quiosco de cabecera, para comprar el periódico. Entonces lo ví. El orondo quiosquero, un tipo seco y poco sociable, me sonreía bobaliconamente tocado por un gorro de Papá Noel. ¡Que malo es el alchol mañanero!, pensé.
Con las malas noticias bajo el brazo encaminé mis pasos a la parada del autobús para, pacientemente, esperar su tradicional retraso. Llegó y el conductor, un jovencito un tanto insolente, había cubierto su cresta engominada por...¡Otro gorro de Papá Noel!... y también sonreía. Yo no.
Me bajé en la parada del trabajo y con mi tarjeta de fichar en la mano entré en la oficina. Allí estaba el vigilante de seguridad. Un tipo de, según decían, pasado oscuro y tatuajes amenzadores que había sido legionario. De su pistolera colgaba su mejor amiga: Una pistola Glock de 9 mms, mortal a corta distancia. ¡Y de su pistola colgaba un gorrito de Papá Noel!.Yo empezaba a inquietarme
Como siempre era el último en llegar. Habitualmente no me importa pero es que mis madrugadores compañeros estaban afanados en sus aburridas tareas , que cumplian con gesto tedioso. Eso sí ¡Todos llevaban el gorrito!.
Trabajé como pude, ignorándo el gorrito rojo que alguno de mis compañeros me habían dejado en la mesa. En el descanso del café me acerqué al banco, pues tenía un recibo de la hipoteca sin pagar. Preocupado me dirigí al empleado de la sucursal que siempre me atendía. Un tipo profesional, serio y experto que nunca sonreía. Pero en su lugar había un tipo con su mismo cara aunque trocaba su gesto profesional por una sonrisa insólita y tapaba su mata de pelo blanco con...¡Otro gorrito!
Salí del banco como pude. Me temblaban las piernas. Me cruce con mas miembros de la secta del gorrito. ¡Aquello era horrible!. Terminé mi trabajo y llegué a casa para encontrarme en el ascensor a mi vecino, un jubilado, que saludaba siempre con gruñidos, y al que se le conocía en el edificio como "el túzaro", y que, tocado con el gorrito- que además tenía estrellitas luminosas- me sonrió y , amablemente me preguntó...¿Que tal vecino, como le va? Feliz Navidad.
En fin, ya estaba en casa. Para sustituir una emoción por otra, y una vez hecha la comida, me senté frente al ordenador para visitar una de mis páginas porno de costumbre. ¡A ver si me relajaba de una vez!.
Una de aquellas diosas me sonreía en todo su esplendor moreno , pero... ¡Imposible!. ¿A que no saben cual era su única prenda?
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