sábado, 18 de diciembre de 2010

El Mercado y los Mercados

Se levantó temprano, muy temprano. En eso no había mejorado. Como era un simple asesor no tenía derecho a coche oficial, pero le daba igual porque le pagaban el taxi. Saludo al quiosquero, que ya le tenía preparado el alijo periodistico. Cargando con  él se subió al coche.
- Al Ministerio de Economia, por favor
El taxista, un sacrificado autónomo, no dijo lo que pensaba pues era un profesional. En la puerta del Ministerio fué saludado por los guardias civiles de la puerta. Aquello le gustaba. Subió la escalinata con paso vivo, no en vano iba tres veces por semana al mismo gimnasio que la ministra, por si acaso... Llegó a su despacho, forrado de caoba, con muebles de mas de cien años, sobre los que descansaba todo tipo de tecnología: PC con pantalla plana, impresora láser, escáner de última generación, e-book, DVD grabador, etc.
 Enseguida entró su secretaria, que le comunicó una reunión urgente con la ministra. En menos de un minuto estaba en la Sala de Juntas, con otros como él. La ministra mostraba gesto tenso, mas de lo habitual. Acababa de hablar con el Presidente. Pero él no estaba muy incómodo, aquel sillon ergonómico de piel le sentaba muy bien a su espalda. Como sabía lo que iba a decir la ministra, desconectó.
 De repente una imagen. Su habitación de adolescente. Las fotografias del Ché y de Gandhi. Su "palestino" colgado en la cabecera. Aquel que se ponía para las reuniones del Comité de la Facultad, donde triunfaba, ya entonces, por su facilidad de palabra. Pero, por lo menos, antes, creía en lo que decía. Ahora, seis años después de entrar en aquel noble edificio, había perdido  todos aquellos ideales. Pero de ello no hablaba con sus compañeros, a los que, seguramente,les pasaba lo mismo.
 De repente volvió a la realidad. La ministra se quejaba amargamente de los recortes que había que acometer. Faltaba un año para las elecciones y lo que había que hacer era terrible. Incluso para ellos que, por declararse de izquierdas, tenian un "plus" de gracia frente a la opinión publica, aunque las fotos de Che y Gandhi y el pañuelo palestino durmieran en una caja de carton en el desvan. De todas formas él sabía que iban a perder lasa elecciones. Por eso llevaba semanas trabajándose un puesto en un consejo de administracion.
 Volvió a la realidad para oir de la ministra una arenga, cuyos mejores expresiones eran suyas propias, sobre el ahorro. El siguiente punto era el reparto de subvenciones. Aquella lluvia de millones contradecía todo lo anterior.
 Entonces, a su mente, como un rayo, sin saber por que, acudió la imagen de su abuela. Cuando su madre enfermó, su abuela, todavía joven, se hizo cargo de la casa y de él. Una de las cosas que hacían juntos era ir al mercado. Podía recordar, como si fuera ahora, el bullicio de la plaza, las cajas de madera apiladas, la humedad del suelo resbaladizo, el humor de los tenderos, el regateo de su abuela
-¿Estan buenos estos tomates?
-¡Gloria bendita mujer! Lleveselos y me lo agradecerá
Y todo tenía tan buena pinta. Le gustaba el penetrante olor a pescado, los expositores de la carne. Y sobre todo escuchar, a su abuela, al final del agotador periplo, decirle:
- Si es necesario, por ahorrarnos un duro, daremos otra vuelta al mercado.Recuerda siempre que si ganas una peseta mas de lo que gastas estarás bien, si no tendrás problemas
 En esto la chillona voz de su jefa lo trajo al presente:
- Para los Gays y Lesbianas de Zimbawe: 50.000 Euros
- Para el pie zambo en el Congo: 53.500 Euros
- Para el fomento de la democracia en Mauritania: 500.000 Euros
 Entonces tuvo una visión. No podía ser..., ¡ parecía tan real!. Su abuela, con el mismo abrigo con el que iba al mercado, estaba, de pié, al lado de la ministra, con los brazos en jarras y moviendo la cabeza con  gesto de desesperación.

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