A la derecha, entre la puerta y la mampara, estaba situada la garita del portero. De ella salió a su encuentro, vestido con la misma librea gris que el hombre cojo de la estación, un criado de tipo francés que, sentado ante el teléfono, leía unos periódicos. Les acompañó a través del vestíbulo bien alumbrado, a la derecha del cual se encontraban los salones. Al pasar, Hans Castorp lanzó una mirada y notó que se hallaban vacíos.
- ¿Dónde están los huéspedes? - preguntó a su primo.
-Hacen la cura de reposo - respondió éste -. Yo tengo permiso para salir hoy, pues quería ir a recibirte.Normalmente también estoy tendido en la galería, después de la comida.
Faltó poco para que la risa se apoderara de nuevo de Hans Castorp.
- ¡Cómo! ¿En noche oscura y con niebla os hayáis tendidos en el balcón? - preguntó con voz vacilante.
- Sí, es lo ordenado. Desde las ocho hasta las diez. Pero ven ahora a ver tu cuarto y a lavarte.
Entraron en el ascensor, cuyo mecanismo eléctrico hizo funcionar el criado francés. Mientras subían, Hans Castorp se enjugaba los ojos.
- Estoy enfermo de tanto reír – dijo resoplando-. ¡Me has contado tantas cosas absurdas! Tu historia de la disección psíquica ha rebasado la medida. Además, estoy un poco fatigado por el viaje. ¿No tienes los pies fríos? Al mismo tiempo siento que el rostro me arde. Es enervante. Comeremos enseguida, ¿no es verdad? Me parece que tengo hambre. ¿Se come bien, entre vosotros aquí arriba?
La Montaña Mágica (1924)
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