Había quedado con unos amigos en la playa.´Ibamos a celrbrar la noche comme il faut - entre hogueras, risas, sardinas y alcohol.
Llegué a la playa cuando ya estaba oscuro. Sólo las hogueras eran un remedo del ausente sol.
Hogueras a cuyo alrededor danzaban grupos de animados, enfebrecidos, jóvenes, al son de una música de gaita y tambor. Esta se mezclaba con los últimos éxitos musicales, salidos de alguna radio.
Pude ver a mis amigos y me acerqué a ellos.
Tras los cariñosos saludos me pasaron las sardinas y el pan.
Estaba dando cuenta de ellos, frente al mar, cuando la ví. Surgiendo de las olas como una Venus perfecta. Desnuda, con el reflejo de la luna en sus turgentes senos.
Nadie, excepto yo, parecía darse cuenta de su presencia.
Se dirigió hacia mi y al paso de sus bamboleantes caderas la música cesó y el tiempo se detuvo . O eso me pareció.
Se me acercó y me rodeó con sus delicados brazos. Me besó. Me besó con sus dulces labios. Y el beso me supo a miel.
Cuando pude reaccionar me percaté de que nadie parecía darse cuenta de lo que había pasado.
Mi sirena, con piernas de mujer -¡ y que piernas ! - se dió cuenta de mi preocupación y me dijo:
- Tranquilo, cariño, sólo tú puedes verme. He venido para que sepas cuanto te quiero. Que nunca te abandonaré y que debes esperarme.
Tardaremos tiempo en estar juntos: pero, al final, lo conseguiremos. Mientras tanto no te preocupes. Aunque no me veas te visitaré en sueños y cuidaré de tí.
Ahora tengo que irme a un lugar más allá del mar. Pero no dudes que volveré.
Dicho esto se alejó, bamboleante, camino del mar.
El tiempo volvió a andar y la música comenzó a sonar de nuevo.
Un amigo , extrañado, me dijo:
- ¿ Pero que haces ?
Yo miraba al mar, con los ojos húmedos y la mirada perdida, mientras tarareaba una canción ;
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