martes, 6 de septiembre de 2011

La jornada de Lola

Ya es de noche en la Residencia de Ancianos. Los pasillos están desiertos, solo recorridos por el carro de los medicamentos. Algunas televisiones rompen el silencio desde las minúsculas habitaciones de los residentes, aunque el eco es lejano.
 El conserje del turno de noche enfila el jardín, pobremente iluminado, para entrar en el edificio y hacer el relevo de su compañero, que espera ansioso. Antes de entrar una voz temblorosa, desde la penumbra, le saluda. El conserje sonríe y saluda a una brasa en la oscuridad. Lola está fumando el último cigarrillo del día.
 Lola es una de las residentes mas antiguas. Conoce el edificio y a sus compañeros como nadie. De hecho, dado el caos organizativo del establecimiento, es Lola la encargada de introducir a los nuevos empleados en el día a día de la residencia.
 La jornada de Lola empieza pronto. Para asombro de su compañera de habitación, realiza sus ejercicios gimnásticos cuando sale el sol. Se ducha despacio y se viste con sus vaqueros de siempre, perfectamente planchados y su jersey impecable. Peina enseguida su media melena, que no siempre fué nívea, y se pinta los labios, en el único gesto de coquetería que se permite.
 Baja a la entrada para fumar su primer cigarrito y leer la prensa que acaban de traer a la recepción. En verano lo hace en un banco del jardín y en invierno en un sillón de la entrada. Según quien esté en la conserjería entabla conversación o no- a muchos de los conserjes les sorprende la agilidad mental de Lola, a otros les incomoda-. Luego sale a pasear, siempre con un libro, y se llega a su cafetería preferida. Se pasa la mañana leyendo, en francés, siempre en francés- recuerdo de sus dias de profesora de instituto-.
 Vuelve para comer, lo que la incomoda pues la comida es cada  vez peor, pues la crisis siempre la pagan los mismos. Y entonces protesta pues, a diferencia de sus compañeros Lola no pasa ni una injusticia. Después de comer se encierra en la biblioteca que, a diferencia de la cafetería de la residencia, siempre está vacía. Relee todos los periódicos hasta la cena y luego sale, con su MP3 para oir alguna de las tertulias o el último partido de su equipo, que solo la tiene a ella como seguidora y está harta de discutir en la sala de tv.
 Porque Lola es una mujer tranquila, que no está dispuesta a rendir su vida anrtes de tiempo.
 Profesora de francés en un instituto vivió la transición comprometida politicamente. En su primer destino ocurrieron dos cosas: Conoció a Miguel y se desencantó de la política cuando su partido llegó al poder. Se fué a vivir con Miguel y, aunque nunca se casaron, se quisieron mas que nadie. Ese amor le dió fuerzas cuando la mente de Miguel se fué apagando. No tuvieron hijos y, por lo tanto, no podían ayudarla. Puso a prueba su coraje cuando tuvo que hacer cosas por Miguel  que no hubiera hecho por nadie más.
 Poco después de morir él, Lola, ya jubilada, vendió su casa e ingresó, voluntariamente, en una residencia. No quería vivir de recuerdos y se alejó de todo. Se propuso vivir lo que pudiera fumando y con su copita de después de comer y cenar, a pesar de la persecución de la barbie médica de la residencia.
Y cuando llega la noche se sienta en la penumbra del jardín, enciende un cigarrillo y saluda al conserje del turno de noche, con la esperanza de tener una conversación con la que acabar bien otro día sin rendirse.

2 comentarios:

  1. Enternecedor relato, con un regusto amargo: la tremenda soledad de Lola, en una residencia, donde nadie, excepto un conserje, sabe de su valía.

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  2. Gracias por tu comentario, Egeria. Has captado perfectamente el sentido del relato. Creo que esa soledad la hemos experimentado, un poco, aquellos que tenemos aficiones o costumbres minoritarias.
    Ese hecho es el que me hizo crear este blog. Un refugio para gente como Lola, o como nosotros, que no se rinden ante la mediocridad. A la fuerza tenemos pocos seguidores, pero estos son los mejores. Y tu, por cierto, eres la primera.

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