jueves, 15 de octubre de 2009
LA LINEA 12
En mi ciudad hay cosas que nunca cambiarán. Da igual el paso del tiempo. A menudo esta es una sensación placentera, pero, a veces, es una maldición
Uno de estos casos es la línea 12 del autobús urbano. La recuerdo de toda la vida y forma parte de ella. Cruza toda la urbe desde hace más de treinta años, cuando la población era mucho menor. Eso sí, su frecuencia, irónica palabra, es la misma; un autobús cada media hora. Y cuando digo media hora es un término Einsteniano, (para los de la LOGSE-LOE, relativo).
Puedes esperar con un margen de quince minutos a que empiece la media hora. Hasta mi barrio no han llegado los maravillosos marcadores electrónicos que te mienten sobre el tiempo que debes esperar. Todo se hace a ojo, como nuestros abuelos.
Eso sí, siempre llega. Siempre llega a una parada con una infraestructura digamos, minimalista- Un poste indicativo de latón-. No hay el susodicho marcador, no hay marquesina y ni siquiera hay donde sentarse. Por lo tanto, después de media hora de espera, la indignación se torna en agradecimiento cual sediento viajero sahariano a la vista de un oasis.
Pero ahí no acaba la aventura. Según las horas el monstruo rojo ha tragado más o menos incautos.
A primera hora de la mañana lleva el estómago lleno de sonámbulos malencarados de cuyos pabellones auditivos salen unos extraños cables que los aíslan de otros como ellos
A media mañana la cosa se anima. Los jubilados y amas de casa ocupan posiciones y charlan amigablemente con el primero que pillan, haciendo gala de una asombrosa habilidad para relacionarse.
Al mediodía, los de primera hora vuelven con la misma cara y los mismos cables, pero un poco más aliviados. Además se les unen jovencitos-as con la hormona revuelta que entre risas asaltan más que seducen y se dejan asaltar.
Por la tarde las tribus matinales se confunden y hay de todo, eso si, todos de compras, y los ojos del viajero recién subido buscan ansiosos un asiento que nunca encontrará. Bolsas y dueños de bolsas forman unidades no solo inseparables sino inevitables.
A última hora entran los derrotados del turno de tarde, con sus inseparables cables que esta vez, en vez de música transmiten noticias o partidos. Cuando hay un partido importante más te vale escucharlo por que, si no puedes responder sobre el resultado a un pasajero no cableado, caerá sobre ti todo el peso del desprecio en forma de mirada, por no acatar las normas inquisitoriales de los futboladictos. Esto me pasa frecuentemente. Además, para provocar, siempre digo, con la mejor de mis sonrisas, que estoy escuchando música clásica o una tertulia cientìfica ; aunque no es verdad. Soy un temerario, lo sé.
En fin, me estoy dando cuenta que la película de la Línea 12 no es de terror, como yo creía, es mas bien una comedia negra. Será que me esta afectando tanta música clásica y tanta tertulia científica
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