He vuelto a ver esta película y he viajado en el tiempo.
He vuelto treinta años atrás, a los años almodovarianos. Los años de aquella película delirante y maravillosa. Aquella película de Carmen Maura, colores fuertes - no combinados - , actrices y diálogos delirantes. Reflexiones disparatadas como las de Chus Lampreave ( Testiga de Jehová ) o las de una María Barranco y su difícil relación con el mundo árabe. Esa película con un novato Antonio Banderas o el Mambotaxista Guillermo Montesinos.
Es una película, como su década, magníficamente absurda.
Es la época de Laberinto de Pasiones o Entre Tinieblas. Una década divertida en la que todos hacían lo que les daba la gana. Almodóvar el primero.
Luego el tiempo pasó. Aquel arriesgado empleado de Telefónica se aburguesó. Cayeron los premios y se convirtió en el símbolo de la España progre. Y, lo que es peor, se tomó en serio a sí mismo.
Almodóvar mató a Almodóvar.
Por eso no conviene dejar de remontarse a tres décadas atrás. A la España de las hombreras y los colores chillones; de la reivindicación de la copla y del humor sin sentido. La España almodovariana.
La España de Mujeres al borde de un ataque de Nervios. Cuando Pedro era Almodóvar y Almodóvar era Pedro Y no había futuro. Sólo presente
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