miércoles, 26 de agosto de 2009

UN LUGAR Y UN MOMENTO


Como suele suceder en estos casos fué por casualidad. Una época de paro en la que
vomitaba curriculums . Y cuando me estaba quedando sin esperanza me llamaron. Se trataba de hacer encuestas telefónicas para uno de los principales periódicos de la ciudad. Repetir, en turno de tarde, cuarenta preguntas a las pobres victimas que osaran coger el teléfono. Un trabajo cómodo de lunes a viernes que duraría pocas semanas.

Después de la primera tarde, y un poco embotado, decidì caminar hasta casa por una pronunciada cuesta. Con un par…….. Eran las ocho de la tarde y era verano. En una de las bocacalles observé a un tipo con curioso aspecto abrir un Pub. El “Plata Jazz”. ¡que raro que no me sonara!. Entré detrás del tipo que lucia un sombrero de Bopper,

Camiseta de los “Rolling”, vaqueros mas viejos que su canosa testa y collar de surfista.

-¿Esta abierto?

-Estoy en ello (inconfundible acento argentino), pero pasá che, que ahora te atiendo.

-Tranquilo, no hay prisa- y no mentía. Mis ojos recorrían avidamente la pared del garito desde donde me miraban Charlie Parker, Billie Holiday, Dizzy, Armstrong y todo el Olimpo del Jazz.


El tipo se percató y, divertido, inquirió, ¿:Que tomás pibe.?

-Un descafeinado de màquina con sacarina y un vaso de agua con hielo

Me miró con desprecio.

Dispuesto a no rendirme le dije: ¿No tendrás algo de “Gato” Barbieri, que no sea “El último tango”.

Por supuesto, tío. Y abriò, detrás de la barra un enorme altillo rebosante de vinilos.

¿Todo eso es Jazz, le pregunté?.

Pues claro, es que existe otro tipo de música?

Entonces empezó a sonar el piano del Gato y dándole a una clavija se encendió la iluminación del local, aunque fuera todavía era de dia.

Y empezamos a hablar del tema. Que si Gato, que si Piazzola. Que si Schiffrin. De ahì pasamos a la Bossa Nova hasta llegar a Nueva Orleáns. Y todo acompañado de la mejor selección musical que jamás habia oído.

Me contó que se llamaba Jaime, el “Jim”, de abuelos gallegos, que era porteño y que llevaba aquí unos cuantos años . Que habìa sido un estudiante en su país contra la dictadura, que habìa “visitado” la Escuela de Maquinas de la Armada y que pudo sobrevivir al horror tarareando a los grandes. Que combatió en la Guerra de las Malvinas donde la incompetencia de quienes fueran sus torturadores llevò a la muerte a su generación.Que después se entrego a la restauración democrática para descubrir que el latrocinio no era exclusivo de los “milicos”. Y que ya solo le quedaba el Jazz.Que nunca le había fallado y que lo demás era pura mierda Por eso huyó con sus vinilos e invirtió su poca plata en el local que regentaba. En aquel templo.

Y todo aquello mientras iba dando cuenta de una botella de Jack Daniels, que màs que abrirle la boca pienso que estimulaba su imaginación. Al poco entraron unas chicas, un tanto despistadas. Se sentaron, pidieron y comenzaron a mirar la decoración, divertidas. Miraban al techo como si aquella música, para ellas ajena surgiera de una puerta astral.

Mi contertulio se dió cuenta y me espetò. Como me pidan algo de Bisbal las cago. Afortunadamente no llegó la sangre al río.

Unos cuantos LPs mas tarde me fuì, pero durante unas semanas pasaba allì las tardes-noches, hasta que el fin del contrato y una hospitalización sùbita y prolongada me apartaron del local.

Un par de meses después pude volver y me quede helado. El luminoso había desaparecido y unos trabajadores salían del local, desmantelado por dentro. A mis preguntas respondieron que solo sabían que habian sido contratados por un nuevo dueño

Al que habían traspasado el local y que se proponía abrir un karaoke. No sabían nada de su antiguo dueño. Les pedì, no se por que , que me dejaran pasar un momento. Con un gruñido asintieron. Dese prisa, me dijeron.

Entre los escombros pude ver una foto en un marco sucio y con el cristal roto. Era la orquesta de Benny Goodman, con Gene Kruppa a la baterìa y Louis Prima con su trompeta. Con disimulo la metí en mi mochila y me fuì de allì.

Hoy tengo mi propia casa, frecuentemente envuelta en ritmos sincopados y en cuyo salòn cuelga una vieja foto de la orquesta de Benny Goodman que me recuerda que la felicidad tiene sus lugares y momentos

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