miércoles, 4 de octubre de 2023

UN VERANO EN LA CORUÑA ( III )


Está en el Monte San Pedro en La Coruña. Esta gigantesca construcción militar lo corona. Años después de su abandono, se ha convertido en un parque y museo. Las buenas gestiones del antiguo alcalde de Coruña, Paco Vázquez, han posibilitado su buena conservación.

De fabricación británica, los cañones Vickers fueron manufacturados en Barrow-in-Furness. Se compraron por iniciativa del general Primo de Rivera en 1929 y transportadas por vía marítima a La Coruña, donde se desembarcaron y se trasladaron desde el puerto hasta el monte por medio de raíles desmontables. Esta apasionante historia me la contó mi abuelo que por entonces tenía 17 años y presenció el traslado. Constituyó un acontecimiento apasionante en la ciudad ya que fue un desplazamiento lento y complicado, avanzando solo 200m diarios debido a las fuertes pendientes del monte.

El bautizo de fuego de dichas piezas fue el 19 de diciembre de 1933, disparándose la primera de las diecinueve salvas que hicieron los cañones. La última, el veinticuatro de octubre de 1977. Aunque jamás fueron usados en combate.


Estos cañones tienen un calibre de 381mm y una longitud de diecisiete metros, capaces de disparar proyectiles de una tonelada con un alcance superior a los 40km. De esta forma defendía la estratégica entrada de la ría de Ferrol, base naval célebre en toda España. Las instalaciones de la batería contaban con estaciones telemétricas, una mesa calculadora para obtener los datos de tiro y una mesa trazadora para calcular las trayectorias de tiro y del objetivo.

La presencia de estos cañones nos ayuda a comprender la importancia de la base naval de Ferrol en la primera mitad del siglo XX. Pero es en la II Guerra Mundial cuando adquieren su máxima importancia dada la postura no beligerante de la España franquista con respecto a las potencias del Eje. La flota aliada, consciente de la potencia de estos cañones, se abstenía de acercarse a las aguas de La Coruña y Ferrol, lo que daba a los alemanes libre acceso a estas.

Tuve la suerte de visitar estos cañones en un acalorado día del mes de julio, cuando pude subir al Monte San Pedro en mi silla motorizada, trayecto que de otro modo habría resultado demasiado largo.

Cuando le conté a un amigo enfermero de Monforte que iba a ir, me dijo que tuviera cuidado y que fuera equipado, por si acaso, con un bocadillo de jamón (por aquello de la sal) y abundante agua. Cosa que me salvó de una lipotimia. Gracias a estos consejos, la visita fue muy agradable, de la que es muestra las fotos que figuran en esta entrada.

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