Cada vez que se sentía solo ( y era a menudo ) le gustaba apagar la luz y dejar que sus recuerdos lo llevaran al pasado. Cerraba los ojos y podía oir la versión de Derroche que Ana Belén cantaba. Le gustaba viajar a otro tiempo y a otro lugar. Un lugar en donde la tuvo entre sus brazos.
Era aquella noche de la que conservaba recuerdos deslavazados; aislados. Girones de una noche inolvidable. Una noche en una habitación oscura; solamente iluminada por huidizas luces de neón procedentes de la calle. Una noche que empezaron amándose como fieras hambrientas de sus cuerpos y terminaron, abrazados, contándose, a oscuras y tiernamente , cosas que ninguno había confesado ni a sus amistades más íntimas.
Lo hicieron cuando yacían agotados, exhaustos pero felices.
A ese lugar y ese momento del que él conservaba, sobre todo, la fragancia del perfumado cabello de ella. Un aroma que jamás olvidaría. Y, en ese momento tan evocador, a él le gustaba tararear la melodía de Derroche ( Una canción que no había sonado en toda la noche ) y aspirar el olor del cabello de ella que aquella mágica velada había tomado la inolvidable estancia.El olor de un perfume francés. El olor de la felicidad.
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