Fue el otro día. Dejándome guiar por mis recuerdos, conduje mi silla de ruedas hasta la calle Panaderas de Coruña. Recordaba que allí estaba el pub Dublín, que a pesar de su nombre tenía horario de cafetería. Lo que también tenía eran tres cosas:
- una camarera espectacular, con sus vaqueros que le sentaban de maravilla
- una tarta de chocolate riquísima
- y un jazz de primera.
En aquel local pasaba yo las horas esperando los encuentros íntimos con la que entonces era mi chica. Ya no lo es, afortunadamente.
Allí, en la atmósfera que os describo, dejaba volar mi imaginación y proyectaba lo que haría más tarde con mi nariz pegada a los cristales de colores que daban a la calle. Era a finales de los años 90 y primera década de los 2000.
Luego todo se estropeó.
El jazz paró. La de los vaqueros desapareció. Y mi amiga más especial resultó un fraude.
Como digo, el otro día, no la realidad sino los recuerdos creados volvieron a mi. Alguien había convertido al Dublín en una cervecería. Nada era como había sido. En su interior ya no se escuchaba jazz. Algún que otro individuo pasado de cervezas sustituía a la gente que había poblado sus mesas para una tranquila conversación a ritmo de jazz.
Por respeto a lo que fue, me negué a entrar. No quiero estropear mis lembranzas. Aquella chica había salido de mi vida para no volver nunca más y el jazz que ponía Lito seguramente ya no sonaría.
A la vista del local que ahora ocupaba el antiguo Dublín, mis recuerdos empezaron a dolerme. Avancé con intención de entrar, pero un poco más adelante me dieron ganas de salir corriendo para escapar de un pasado tan doloroso. Algún día lo haré y llegaré a 900 kilómetros al sur de donde estoy. Pero eso ya es otra historia.
Como decían The Beatles en su canción In my life:
Sirva este relato como homenaje al antiguo Dublín que aparece en la foto y, que como podéis ver, ya no es el Dublín, mi Dublín.

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