miércoles, 17 de septiembre de 2025

MI TORRE DE HÉRCULES. MORRIÑA

 


Era el siete de junio pasado, ya había empezado las gestiones para mi traslado definitivo a Pozoblanco, Córdoba, (gestiones que están a punto de fructificar). Cuando conseguí conectar con lo mejor de mi pasado, mi infancia y primera adolescencia. Entonces sentí la necesidad de volver a La Coruña, de volver a mi Torre de Hércules. 

Ella había sido testigo de mi nacimiento, mi crecimiento y mi madurez. Había tenido que dejarla atrás porque mi ictus me había obligado primero a ir a Monforte y luego a volver al otro lado del Golfo Ártabro, donde me encuentro. Desde aquí pretendí hacer incursiones breves a la ciudad herculina y visitar la torre de mi pasado.

Hasta allí me acerqué, a sus pies. 

Cuando la vi, todos los recuerdos se agolparon en mi mente. Yo vivía a casi dos kilómetros de ella. De repente me vi a mi mismo en la cocina en la que mi abuela y mi madre estaban preparando la cena al anochecer. Desde una ventana desde la que podía ver las playas de Orzán y Riazor, veía como un rayo de luz, moviéndose de un lado a otro, barría el cielo ya oscurecido. Era mágico. Todavía cierro los ojos y puedo verlo. Tendría unos diez años. 

Por eso y como homenaje a esos hermosos recuerdos decidí volver. 

Pero ya no era lo mismo.

En primer lugar era de día. La casa en la que viví ya no existe. Habían pasado casi cincuenta años. Toda la zona había cambiado mucho, casi no la reconocía. El que también que había cambiado era yo.

Ese niño despertó de repente de un sueño, a veces pesadilla, de cincuenta años. No en vano, como decía el poeta: "No debieras volver al lugar donde fuiste feliz".

Yo me había atrevido a incumplir esa norma. Todo era distinto, incluso yo, menos esa Torre. Una torre que, desafiando los vientos y el tiempo, permanecía allí, erguida, incólume, para darme la bienvenida y para recordarme de dónde vengo. Para mi, como coruñés que soy, esa torre significa mucho. Y, como a aquel niño que fui, todavía ilumina mis recuerdos.

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