viernes, 26 de septiembre de 2025

MI PRIMER ENCUENTRO CON EL COSO DE LOS LLANOS (POZOBLANCO)

 


A mediados de septiembre de 2024 me encontraba en Pozoblanco (Córdoba) disfrutando de mis merecidas vacaciones otoñales, como ya sabéis los que seguís mi blog. Cuando llegué tenía tres meses por delante para conocer esta localidad. ¿Y qué es lo más famoso de Pozoblanco? El Coso de los Llanos, o sea, su plaza de toros, donde murió Paquirri en 1984 a causa de una cornada del toro Avispado. Aunque a los pozoalbenses no les gusta que se recuerde su localidad por este luctuoso hecho.

¡Qué mejor sitio para ir a los toros por primera vez, que es lo que yo quería hacer!


La plaza de toros de los Llanos fue inaugurada el 25 de agosto de 1912. Se trata de una plaza de tercera categoría, así se clasifican las plazas por su aforo, tradición y número de festejos. Desde esta fecha han sucedido muchos acontecimientos, aunque unos son más recordados que otros. Esto hace que sea un gran atractivo para turistas y aficionados a la tauromaquia.

Uno de los más importantes ocurrió en 1960, cuando el Cordobés consiguió el mayor lleno de la historia del Coso de los Llanos. Pero si algo ha situado a esta plaza en la historia fue, como ya dije, la muerte de Francisco Rivera Paquirri a manos del toro Avispado. Esto impactó a toda la sociedad española y, sobre todo, al mundo del toro. En el pueblo de Pozoblanco se sintió una terrible conmoción de la que todavía se está recuperando.

Como consecuencia, en los siguientes años, se incrementó el número de espectáculos en la plaza y la feria ganó una dimensión inédita hasta entonces. La plaza sigue recibiendo a estas alturas multitud de visitantes, no solo por lo que le sucedió a Paquirri, sino por la belleza arquitectónica de la edificación.

En el interior de la misma, en los pasillos que rodean el coso, se puede ver un interesante museo. Y en la misma calle del toro hay una librería donde se puede comprar (yo lo hice) un pequeño libro donde se cuentan las anécdotas de la plaza.

Los toreros que vienen por primera vez se quedan impresionados por la belleza del entorno, lleno de dehesas y encinas. También se dice que desde el interior de la plaza es desde donde se escucha mejor el bullir animado de la feria.

La plaza está ubicada en el barrio de Los Llanos, muy cerca de la Parroquia de San Bartolomé donde está el Cristo de Medinacelli.

Los impulsores del actual coso en 1912 fueron Rafael Bueno Roldán y Joaquín García Gómez, que la bautizaron como Plaza de Toros de Los Llanos por su ubicación en un paraje llamado Los Llanos del Pilar. Aunque la historia del mundo taurino de Pozoblanco se remonta al siglo XVII y principios del XVIII cuando se celebraban espectáculos taurinos en el centro de la localidad. Hoy el centro de Pozoblanco (la Calle Mayor) se conoce como Calle del Toro. Más tarde se construyó una plaza portátil enclavada en una zona conocida como el Torilejo

Y a principios del siglo XX se comienza a gestar la plaza actual, por la que han pasado Juan Belmonte, Gallito de Zafra, Rafael Gómez el Gallo, Pepe Luis Dominguín, el Cordobés, Jose Mari Manzanares, el Juli o el joven Roca Rey.

La plaza de toros es el edificio más visitado de Pozoblanco y guarda en su interior el Museo taurino, muy cuidado. En el 2001 se realizó una remodelación, convirtiéndolo en el más bonito de Andalucía. Cuenta con un espectacular patio de caballos, zona del corral, vomitorios y albero. Los tendidos de Sol y Sombra son de granito y los burladeros guardan los secretos de muchas tardes de gloria y miedo superado.

La plaza nació por voluntad del pueblo, que quiso perpetuar el rito del toreo. Rito que me envolvió con sus emociones el día que por fin asistí a mi primera corrida de toros. En el Coso de los Llanos tenía que ser. Siento que me llama para asistir a más. En eso estoy, haciendo gestiones para volver, esta vez definitivamente, a Pozoblanco.




miércoles, 24 de septiembre de 2025

EN EL AQUARIUM FINISTERRAE CON MI SILLA DE RUEDAS


En mis frecuentes viajes a La Coruña de este verano (para recuperar el tiempo perdido mientras vivía allí) he decidido ir paso a paso. Uno de los sitios que tenía que visitar era el Aquarium Finisterrae (Casa de los peces). Aproveché mi visita a la icónica Torre de Hércules para conocer este museo. 

Fue creado por el ayuntamiento y abierto al público en 1999, coincidiendo con el Día Mundial del Medio Ambiente y del aniversario de la salida desde La Coruña de la expedición de Alexander von Humboldt. En origen era un proyecto de divulgación científica interactivo sobre el medio marino y para la educación ambiental. Se decidió ponerlo en la costa coruñesa entre la Torre de Hércules y la Domus y por ello tiene también piscinas exteriores conectadas con el océano Atlántico. Es uno de los museos científicos de La Coruña, junto con la Casa de las Ciencias, el mencionado Domus o Museo del Hombre y el MUNCYT.


No sabía antes de ir, puesto que nunca había estado, si el recinto estaba adaptado para silla de ruedas. Me dijeron que sí, pero aún así no me fie -desde que estoy en esta silla me han pasado muchas cosas que me han hecho desconfiar-. Me atendieron un par de recepcionistas muy amables. Me dijeron que tenía acceso a casi todo el interior, pero el espectáculo de las focas que tiene lugar en el exterior estaba vedado para mi, puesto que para ir tenía que bajar unas escaleras.

Me dispuse entonces a disfrutar de todo el interior, que dispone de un ascensor que comunica las plantas.






En el acuario se pueden ver peces y animales marinos de muchas especies. Todo está muy bien iluminado y los peces nadan en peceras gigantes. Curiosamente, la mayoría de ellos se escondían tras las rocas para no ser vistos. Instinto de supervivencia, supongo.


Al terminar la visita decidí salir al exterior y, aunque no pude ver las focas, mi vista se perdió en el inmenso azul que baña la costa coruñesa. No pude más que fotografiarlo.

Continué después mi periplo por el asombroso paseo marítimo hasta recorrer las playas del Orzán y de Riazor. 



 Mi inolvidable Coruña...


viernes, 19 de septiembre de 2025

REJONEO EN POZOBLANCO. ESPECTÁCULO Y ARTE


Fue el espectáculo taurino que más me gustó de la Feria de Pozoblanco del 2024. Eran tres toreros, mejor dicho, rejoneadores. Se enfrentaron a los toros sin capote, solo montados a caballo. Fue simplemente prodigioso. Incluso a veces dejaron al respetable sin respiración. El toro llegó a arrimar sus pitones a centímetros del vientre del caballo. Este, con el jinete encima, estuvo a punto de caer. Si el caballo cae, el jinete queda atrapado por una pierna debajo del caballo y ahí el toro tendría vía libre para atacarlo, no tendría escapatoria.

Además fui testigo de como el matador manejaba su caballo como si fuera una extensión de su cuerpo. ¿Sabe el lector cuántas horas de entrenamiento hacen falta para conseguir eso? Muchas, muchísimas.

Como digo fue la exhibición taurina más sobresaliente de la feria y el culmen emocional del público, entre el que me encontraba. De los tres jinetes dos iban "vestidos de corto", es decir, no llevaban el típico traje de luces de torero, como se puede ver en la foto. El tercero llevaba una especie de levita verde de época. 

Todo estuvieron magistrales.

Lo más impactante fue ver como el jinete paraba el caballo delante del toro y, echándose para adelante, apoyaba su cabeza en la testuz del bóvido. No sé deciros cuál de los tres maestros estuvo mejor. Me gustaron mucho los tres y merecidamente salieron a hombros por la puerta grande.

Mientras, sobre la plaza caía la noche. Fue una estampa digna de la mejor poesía de García Lorca. Y puedo decir orgullosamente que yo estuve allí. Y, aún siendo reiterativo, pienso volver. 

Mi imaginación, todavía cautivada por lo visto en esa plaza, sigue allí. Y de todas las escenas me quedo con las del rejoneo.


miércoles, 17 de septiembre de 2025

MI TORRE DE HÉRCULES. MORRIÑA

 


Era el siete de junio pasado, ya había empezado las gestiones para mi traslado definitivo a Pozoblanco, Córdoba, (gestiones que están a punto de fructificar). Cuando conseguí conectar con lo mejor de mi pasado, mi infancia y primera adolescencia. Entonces sentí la necesidad de volver a La Coruña, de volver a mi Torre de Hércules. 

Ella había sido testigo de mi nacimiento, mi crecimiento y mi madurez. Había tenido que dejarla atrás porque mi ictus me había obligado primero a ir a Monforte y luego a volver al otro lado del Golfo Ártabro, donde me encuentro. Desde aquí pretendí hacer incursiones breves a la ciudad herculina y visitar la torre de mi pasado.

Hasta allí me acerqué, a sus pies. 

Cuando la vi, todos los recuerdos se agolparon en mi mente. Yo vivía a casi dos kilómetros de ella. De repente me vi a mi mismo en la cocina en la que mi abuela y mi madre estaban preparando la cena al anochecer. Desde una ventana desde la que podía ver las playas de Orzán y Riazor, veía como un rayo de luz, moviéndose de un lado a otro, barría el cielo ya oscurecido. Era mágico. Todavía cierro los ojos y puedo verlo. Tendría unos diez años. 

Por eso y como homenaje a esos hermosos recuerdos decidí volver. 

Pero ya no era lo mismo.

En primer lugar era de día. La casa en la que viví ya no existe. Habían pasado casi cincuenta años. Toda la zona había cambiado mucho, casi no la reconocía. El que también que había cambiado era yo.

Ese niño despertó de repente de un sueño, a veces pesadilla, de cincuenta años. No en vano, como decía el poeta: "No debieras volver al lugar donde fuiste feliz".

Yo me había atrevido a incumplir esa norma. Todo era distinto, incluso yo, menos esa Torre. Una torre que, desafiando los vientos y el tiempo, permanecía allí, erguida, incólume, para darme la bienvenida y para recordarme de dónde vengo. Para mi, como coruñés que soy, esa torre significa mucho. Y, como a aquel niño que fui, todavía ilumina mis recuerdos.

viernes, 12 de septiembre de 2025

PACO Y LOS PASODOBLES EN LA PLAZA DE POZOBLANCO

 


Fue el 28 de septiembre, estaba hablando con Jero, el de los capotes, cuando abrieron la plaza. Entré con mi abono recién adquirido y vi una rampa que subía girando a la derecha. No vi a nadie más. Nadie me guio ni me dijo dónde debía colocarme.

Para prevenir el calor había comprado en el bar una Coca Cola fría y unas patatas fritas. Tuvo que ser el chico del bar el que me indicara cómo llegar a mi palco. Este se encontraba, sin opción a elegir, en la zona de Sol. Eran las cinco y media de una típica tarde andaluza. El sol golpeaba implacablemente. Menos mal que un alma caritativa desplegó un toldo sobre nuestras cabezas.

A punto de empezar uno de los mozos de la plaza se acercó a mi y se presentó. Era simpático y espabilado. Me preguntó de dónde era ya que no me conocía. Le dije que era gallego y me sonrió irónicamente.

Enseguida, aún no se había completado el aforo, se oyó una música y comenzó su desfile por la arena la Banda Municipal de Pozoblanco. 

Tocaron dos pasodobles, "Manolete" y "Suspiros de España". Y para finalizar, con el público puesto en pie, interpretaron el Himno Nacional.

Después de que el personal de la plaza rastrillara la arena se refugiaron tras la barrera. Siguió el paseo de los alguacilillos y el paseíllo de las cuadrillas; después estas se fueron y el torero Enrique Ponce (que se retiraba tras esa faena) apareció. El respetable prorrumpió en una estruendosa ovación. 

Entonces, mi amigo Paco, el mozo, se dio la vuelta hacia mi y socarronamente me espetó:

- Eh, gallego, en tu tierra esto no lo tenéis, ¿no?

A lo que tuve que responder resignadamente:

- No, Paco, no.

Ponce se colocó en el centro del albero y saludó al público. Vestía de azabache y blanco. Lo demás fue arte. Arte y emoción. Aquella plaza que para mi hasta ese momento solo había sido la tumba de Paquirri se convirtió en un escenario en que la muerte y el valor se unieron al arte para ofrecerme un espectáculo inolvidable. 

Respeto que haya gente a la que no le gusten los toros. Yo pasé una tarde emocionante. El arte no se puede explicar. Se siente o no se siente. En ese momento me prometí volver a disfrutar de más ferias.

Fui a más corridas, de las que ya hablaré, pero esta fue inolvidable. En la feria de Pozoblanco aquel 28 de septiembre.




jueves, 11 de septiembre de 2025

EN EL MOLINO DE XUVIA

Molino de Xuvia

Aquel sábado amaneció caluroso. Leo se dispuso a pasarlo fuera. Se levantó (lo levantaron) y salió. Estaba harto de ir a los sitios de costumbre. Ya se sentía un extraño en Ferrol. Una amiga le aconsejó que visitase el rehabilitado Molino de Xuvia, un molino de agua que produjo harina para la Marina en el siglo XVIII y parte del XIX. 

Allá se fue en taxi. El viaje no fue barato pues se desplazó en taxi adaptado y el molino no está en el mismo Ferrol, sino en la vecina villa de Narón.

Las instalaciones seguían en el mismo lugar donde habían sido construidas por un avispado comerciante francés siglos atrás, Jean de Lestache. El lugar era atendido por dos simpáticas guías de turismo. Una lo acompañó por todas las estancias, explicándole las historias relacionadas con el molino y su dueño, que se remontaban a más de dos siglos atrás, en plena época borbónica.


Comenzó por hablarle a Leo de Filón de Bizancio, un estudioso, inventor griego del siglo III experto en mecánica, matemática, hidráulica y neumática. Fue el creador de magníficos puertos, increíbles máquinas de guerra y asombrosos dispositivos que funcionaban por presión del aire o del agua. Inventó la cadena, el muelle, la ballesta automática, el termómetro e incluso el primer molino de agua que marcaría la vida de Lestache.  

Felipe V había decidido establecer su escuadra en la ciudad de Ferrol, un pueblo antes marinero que no contaba más que con doscientos cincuenta vecinos.

Esta decisión convirtió a Ferrol en uno de los lugares más poblados del Reino de Galicia. En 1778 ya tenía treinta mil habitantes y a finales de ese siglo cuarenta mil. No era fácil dar de comer a todos ellos. Además, el bloqueo llevado a cabo por la Royal Navy complicaba aún más el abastecimiento de los vecinos y de las dotaciones de los barcos allí resguardados.

Durante los reinados de Fernando VI y Carlos III comenzaron a llegar a Ferrol muchos empresarios atraídos por la creciente actividad económica de la ciudad naval, entre ellos Jean de Lestache. Había nacido en Vienne (Francia) en 1742 y había sido introducido en el mundo del comercio de harinas por su padre. Con 25 años zarpó de Burdeos en un barco de transporte que lo trasladaría a Ferrol, ciudad que encontró en plena efervescencia por la construcción de nuevos barrios como el de la Magdalena o Esteiro. Aquí decidió establecerse para dedicarse a la importación de cereales, harinas y cualquier otro artículo necesario para la pujante ciudad naval.

En Ferrol se casó con una vecina de Neda, a donde trasladó su residencia, y vio la necesidad de alimentar a toda la población que no paraba de crecer. Se asoció con el emprendedor francés Francisco Bucau y compró varias parcelas a orillas del Río Grande de Xuvia, donde construyó cuatro grandes molinos de harina tomando como modelo los que había visto de joven en Francia. Estos comenzaron a funcionar en 1775. Así nació la Real Fábrica de Harinas de Xuvia, haciendo de Ferrol la capital harinera de España. 

La fábrica de Xuvia estaba formada por tres edificios unidos por un patio central. Los molinos construidos directamente sobre el río y un gran almacén con capacidad para abastecer a toda la comarca. También disponía de muelle propio para traer grano y llevar la harina ya preparada. Y una casa en la que vivía el propio Lestache y su familia y donde tenía su despacho...


Leo se fijó en el despacho original del empresario. Le llamó la atención que desde una ventana pudiera ver el río Jubia y desde la otra el agua de la ría. 



Pero lo que más le gustó fue el retrato del empresario luciendo una amplia sonrisa...

Subió a la planta superior y continuó con la visita. Al terminar cogió el ascensor para bajar y este se paró en seco. Las chicas se alarmaron aún más que él y llamaron inmediatamente al técnico. Apareció en unos pocos minutos y con dificultades consiguió arreglar el ascensor. Leo pudo salir al fin, un tanto sofocado del encierro.

A todo esto ya era la hora de comer y Leo se despidió. Al salir, sin saber cómo, se volvió a fijar en el retrato. Estaba igual solo que... ahora su expresión era furiosa, amenazadora.



Otros datos de interés:

Los molinos funcionaban como los tradicionales pero contaban con innovaciones, como muelas de piedra o maquinaria para limpiar o cribar el trigo de manera semiautomática. Su situación era la adecuada para la producción y el transporte, ya que permitía aprovisionarse de grano por tierra y mar y enviar luego la harina a los hornos de pan de la comarca y al puerto de Ferrol.

Lestache llegó a contar con una flota propia de transporte de donde traía el grano a Burdeus, San Petersburgo, Londres y Filadelfia, así como también el cuero de Argentina, vino desde Francia, bacalao de Noruega y lino de Rusia. En 1786 Lestache compró su parte a su socio y se quedó con todo el negocio, que producía anualmente tres mil toneladas de trigo, lo que le permitía abastecer a toda la ciudad de Ferrol. Y, por ende, paliar la escasez producida por los sucesivos bloqueos ingleses. Además el excedente de producción permitía la venta y exportación a otros países, sobre todo en América.

Lestache tuvo un gran éxito que le permitió establecer en el otro margen del río una fábrica de papel 3n 1787 y dos años después una fábrica de curtidos. En mayo de 1802 Lestache murió en su casa de Ferrol, siendo enterrado en la iglesia parroquial de San Julián. Tres años después su viuda e hija recibieron el escudo de armas para la fábrica que sería conocida para siempre como la Real Fábrica de Harinas de Xuvia.

La fábrica de Lestache no fue una industria más, fue vital para que miles de ferrolanos no murieran de hambre y fue imprescindible para el crecimiento de Ferrol, teniendo así un papel destacado en la historia.

Entre 2002 y 2009 el ayuntamiento de Narón compró los molinos y se encargó de su conservación y restauración. Ahora se pueden visitar como yo he hecho. Sin ellos la historia de Ferrol no se comprendería.



viernes, 5 de septiembre de 2025

LIBRO: LEYENDAS DE LA MEZQUITA DE CÓRDOBA, de JOSÉ CARLOS ARANDA

 


Estaba pensando escribir este comentario sobre el libro Leyendas de la Mezquita de Córdoba cuando me enteré que, por una negligencia, una parte de ella había ardido (una pequeña parte gracias a la rápida intervención de los bomberos).

Este es un libro que no es una simple guía para el turista que entra en Córdoba por primera vez. Nos encontramos ante más de 200 páginas escritas por un cordobés, enamorado de su ciudad, que recupera al niño que antaño fue para llevarnos de la mano a recorrer las calles de la Ciudad Califal a través de sus leyendas e historias (a menudo indistinguibles).

En esta ciudad la magia nos embarga desde el primer momento. Porque, contradiciendo su propio título, no es un relato mágico de la Mezquita. El autor nos saca de ella para disfrutar de la Judería que la circunda, nos lleva a los Baños Califales y al Alcázar de los Reyes Cristianos, a las Caballerizas Reales, a la famosa Torre de la Catedral y hasta el legendario Patio de los Naranjos.

Para finalizar os tengo que decir que visité todos esos sitios el otoño pasado y prometí volver. Mientras tanto aplaco mi dolor con obras preciosas como esta, que encarecidamente os recomiendo. También os aconsejo recorrer estos sitios una vez hayáis leído el libro porque sino os invadirán unas ganas irreprimibles de volver, como me ocurre a mi.

Esta tristeza aumenta al enterarme que lugares tan mágicos como la Mezquita podían haber desaparecido entre las llamas. Desde este blog ruego -exijo- que se tomen las medidas para que esto no vuelva a suceder. Porque la Mezquita no es la única, pero sí una de las maravillas de la Ciudad Califal.