Fue durante la Feria de Pozoblanco. Me reencontré con los caballos, cincuenta años después y a mil kilómetros de donde lo había hecho la primera vez.
Estaba yo tomando café en una terraza. Era por la tarde y hacía calor. A lo lejos vi acercarse una pareja de caballistas. En ese momento mis recuerdos me llevaron muchos años atrás, a la Sociedad Hípica de La Coruña donde había un concurso a principios de los años 70 del siglo pasado. Yo era un niño.
No había vuelto a ver caballos al natural desde entonces. Siempre me habían llamado la atención. Eran concursos hípicos que no me perdía. Pero esta vez eran caballos paseando por las calles.
No pude resistirlo. Dejé mi café y me acerqué con mi silla. Les dije:
- No soy de aquí y hace tiempo que no veo caballos. ¿Os puedo sacar una foto?
A lo que él respondió:
- Sí, claro.
Después no pude reprimir mis ganas de acariciar uno de aquellos equinos. Y le volvía a preguntar a él, que parecía llevar la voz cantante:
- ¿Puedo acariciarlos?
Y el respondió, dirigiéndose a su compañera:
- Trae ese, que es el más tonto.
Cuando se acercó y lo acaricié ni se inmutó, pero para mí fue una experiencia inolvidable.
Más tarde, en la feria, vi otros caballos. Pero ese primer encuentro con los caballos después de cincuenta años se quedó grabado en mi memoria emocional.
Los caballistas fueron en todo momento muy amables. Por eso publico y les dedico estas palabras a sus jinetes. Cuando se fueron seguí saboreando mi café y contemplando las fotos que había hecho.
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