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Defensa del parque de Artillería de Monteleón durante el Levantamiento del Dos de Mayo de 1808 en Madrid, de Joaquín Sorolla y Bastida (1884) |
Me encuentro mal, muy mal. No creo que salga de esta. Por eso, y antes de que sea tarde, yo voy a dar mi versión de lo que ocurrió aquel día.
Era un día primaveral y en Madrid lucía un espléndido sol. Yo no me encontraba bien y estaba encamado. De repente se produjo un tumulto en la calle. Entre carreras, la multitud gritaba:
- ¡¡Se llevan al Infante!! ¡¡Nos llevan a la familia real!!
Opté por vestirme y cogí mi arma. Salí a la calle y seguí a la multitud que se dirigía al Parque de Artillería de Monteleón: los franceses habían tomado el control del acuartelamiento.
La ocupación francesa era muy mal vista por la población y el ejército español. Pero a este se le había obligado a permitirla. Cuando la multitud, horas antes, había intentado impedir el secuestro de la familia real por tropas francesas, un batallón de granaderos gabachos disparó y cargó contra esta.
Presa del pánico y la indignación, la muchedumbre corrió hacia el cercano Parque de Monteleón, a cuyo mando estaban los capitanes Luís Daoíz y Pedro Velarde. Cien civiles y unas decenas de militares españoles se atrincheraron en dicho parque.
En el momento en el que miles de franceses se dirigían allí, entré en el parque. Apresuradamente me puse a las órdenes de dichos capitanes y nos juramentamos, cruzando nuestros sables, para proteger a los españoles allí refugiados y no rendir jamás el acuartelamiento y así defender el honor del ejército y de España. Ese honor que había sido mancillado por nuestros generales y por Manuel Godoy, Secretario de Estado de Carlos IV y, según las malas lenguas, asiduo visitante al lecho de nuestra reina.
En cuanto cruzamos nuestros sables empezaron a silbar las balas. Los hombres de Murat, el general francés, no pudieron evitar que la población fuera entrando en tropel en el Parque. Yo, por mi parte, dirigía un destacamento destinado a custodiar a los prisioneros franceses. Los ciudadanos demandaban cada vez más insistentemente armas y, finalmente, estas fueron distribuidas.
La lucha cuerpo a cuerpo se sucedió y solo los cañones franceses lograron abrir una brecha en nuestras defensas. En ese momento vi caer mortalmente heridos a los capitanes Daoíz y Velarde, siendo herido yo mismo y evacuado por los civiles fuera del cuartel. Me escondieron, puesto que la situación no era la más idónea para mi, como alguien que había participado en la defensa del parque de Monteleón.
Disuelta mi compañía, la Tercera del Segundo Batallón del Regimiento de Voluntarios del Estado, mis amigos me sacaron de Madrid. Fui trasladado a Badajoz, lo que agravó mi precario estado de salud. Sé que voy a morir, pero, antes de dictar mi testamento, quiero dejar constancia de la heroica defensa del parque de Monteleón, a cuyo frente estuvieron los capitanes Daoíz y Velarde. Esto no me lo contó nadie. Tuve el privilegio de presenciarlo y servir a sus órdenes en tal heroico combate.
Porque, aunque mucha gente no sepa mi nombre, yo estuve allí. Soy el teniente de Infantería Jacinto Ruiz y Mendoza, uno de los defensores del Parque de Monteleón.
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Escultura en honor del teniente Joaquín Ruíz y Mendoza en la Plaza del Rey (Madrid), obra de Mariano Benlliure (1891). |
El teniente Joaquín Ruiz y Mendoza falleció el 13 de marzo de 1809, después de grandes sufrimientos que soportó con una entereza envidiable.
Su nombre figuraba en cabeza de los tenientes de Infantería en la Escalilla del Arma. (Una escalilla es una lista de los miembros de los distintos cuerpos y escalas militares clasificados según su grado, antigüedad, méritos, etc.)
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