Los efectos de esa noche continuaban la gélida mañana.Aún no sé como llegué hasta el Museo Naval. No había dormido
Antes de entrar - y para no hacer el espantoso ridículo - decidí acercarme al borde del arsenal y sentarme a esperar que el alcohol abandonase mi torrente sanguíneo. Para refrescarme más, me descalcé
En ese momento ocurrió. Ayudado por el alcohol que aún empapaba el interior de mi cuerpo, resbalé.
El contacto con el agua fue violento. Violento y frio.
Me fui hundiendo porque mis músculos no obedecían - con suficiente rapidez - las órdenes de mi asustado cerebro.
Entonces ocurrió. De lo más oscuro y frio del mar del Arsenal ( de sus aguas ) surgió, buceando con un armonioso estilo, una sirena. Era tan bella como ágil, con su pelo negro mecido por el mar.
Me besó y su beso me insufló aire a los pulmones y calor a mis músculos
A continuación me miró. Y, sin despegar los labios, me habló. Le habló a mi mente. Y a mi corazón :
Ten cuidado, mi amor. Procuraré estar cerca de tí cuando me necesites, pero no siempre lo conseguiré. Cuidate y no pierdas el rumbo. Para eso he puesto ahí fuera - en el Cantón de Molíns - una Rosa de los Vientos. Úsala y me encontrarás. Ahora vete. Seguidamente alcancé la superficie u aspiré una bocanada de aire vital.
En el borde del muelle se encontraban,formando una cadena humana, los Infantes de Marina de guardia. Me sacaron del agua y sirvieron un calentito té. Secaron mis ropas. Avergonzado me las puse y rechacé, amable y educadamente, los demás ofrecimientos de ayuda. Muerto de vergüenza salí del arsenal y me dirigí a una de mis cafeterías preferidas para desayunar algo contundente y pensar en lo que, sin duda, había sido una alucinación causada por la angustia y el peligro. Y, entonces, en el suelo, la ví. Vi esto. La Rosa de los Vientos.
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