Era allá, a principio de los noventa. Las cosas no me iban bien y me refugiaba en los cines. A cubierto de la intemperie de la vida ( o eso creía yo ).
Aquel era un cine que lo tenía todo: era una gran sala, céntrica y con buenas cafeterías, discretas, cerca. Estrenaban una película de la que había oído hablar. La historia de una buena y guapa chica que conoce a su príncipe azul. Además todo aderezado con música de Roy Orbison.
Durante dos horas el tiempo se detuvo. Parecía que Julia Roberts iba a traspasar la pantalla y mirarme - a mí! - como miraba a Richard Gere.
Pero la película terminó y la magia paso. Ni yo era Richard Gere ni conducía un Lotus
Cautivado por la mirada de Julia, todavía, me dirigí a coger el bus. Pero fui solo. Ni me esperaba ella, ni el Lotus de la película, ni sonaba - en el ambiente - la canción de Orbison.
Había miradas enamoradas de chicas. Pero no eran para mí. Eran para sus novios !!.
Subí el bus que me llevó, demasiado rápido, a mi destino. Y a la realidad.
Pasaron muchos buses por mi vida. Incluso me cansé de esperarlos. Ya no esperaba el mío, con la Roberts, cuando, de repente!!…….. Pero esa es otra historia
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