jueves, 10 de enero de 2019

UN BESO EN INVIERNO



            

  Hacía frío cuando llegaron a aquella habitación. Entraron torpemente, guiados por la pasión, envueltos por la oscuridad. Ni siquiera encendieron la luz.¿¿ Para qué ?. No había tiempo que per -
der.
 En aquella habitación hacía calor. Un calor tropical. Un calor que venía de dentro de ellos.
 Comenzaron a desnudarse mutuamente, con la complicidad de la noche. De la oscuridad débilmente iluminada por el neón callejero, filtrado a través de una cortina discreta pero necesaria.
 Ella se, desde la cama, con los brazos extendidos, reclamó la presencia de su amado. Antes de acudir a su irresistible llamada, el se fijó en el cuerpo de aquella sirena.
 Era un cuerpo de tango con una piel de bolero.
 Lo que siguió fue una noche de entrega, de lucha amorosa, de placer desbocado.
 Se comieron mutuamente, con ternura, con la urgencia de saberse perseguidos por el amanecer.
 Y este, al final, les dio alcance. Y los encontró abrazados. Ella ronroneaba feliz. Y él, como último
 homenaje a aquella noche que moría - una noche que nunca olvidarían -  la besó. Ante esto ella sonrió, dulce y pícara. Tierna.
 . Y a él, aquella sonrisa, le pareció una mezcla perfecta de alegría infantil y sensualidad adulta. Entonces supo que había encontrado el Paraíso, que tanto había buscado. Y donde se quedaría a vivir. En el beso de invierno, cálido y vivificante, de esa chica dorada.
 

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