Abderramán I, fundador del Emirato de Córdoba, construyó la mezquita (actual Mezquita-Catedral de Córdoba) al final de su vida, en 786.
Según las fuentes islámicas, en ese espacio ya existía un templo visigodo, la basílica de San Vicente, que, según la leyenda, fue dividido y compartido entre cristianos y musulmanes tras la conquista islámica. Los estudios más actuales confirmarían que esto no fue así.
Con el aumento de la población, el emir decidió demolerla para construir la nueva mezquita. Se terminó en apenas dos años, en parte gracias a la reutilización de piezas romanas y visigodas, especialmente columnas y capiteles.
La innovación más característica fue la utilización de la doble arcada. Hay varias teorías que explicarían esta solución arquitectónica. La más técnica habla de que las columnas reutilizadas no eran lo suficientemente altas y para dar estabilidad se usaron arcos dobles: el inferior, de herradura, hace funciones de contención; mientras que el superior, de medio punto, es el que soporta la cubierta.
Pero a mí la teoría que más me gusta es la que dice que imitan las palmeras del desierto árabe de Siria, hogar de Abderramán I y de la dinastía Omeya a la que pertenece. Él fue uno de los últimos miembros de los Omeya que consiguió huir de Damasco tras la masacre de su familia durante la revolución abasí y no quiere olvidar de dónde viene. Así que decidió recrear aquellos palmerales en este bosque de columnas y arcos bicolor tan característico de ese edificio.
Tuve el privilegio de contemplar y fotografiar esta decoración interior de la Mezquita. Todavía el recuerdo me deja asombrado y maravillado.

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