viernes, 31 de octubre de 2025

LA TÍA ADELA Y EL TENIENTE FERNANDITO

 



Sucedió allá por mediados de los setenta. Yo tenía una tía abuela a la que llamaba tía Adela. Era un personaje peculiar. Tan grandona como buena y con un sentido del humor único.

También era muy independiente y auténtica, no le afectaba el qué dirán. Un verso suelto que no encajaba en aquella familia tan circunspecta y estirada. Por eso yo la quería tanto. Era capaz de horrorizar a todo el mundo luciendo un abrigo de retales hecho de piel de felino. A mí me divertía, en cambio. Ver a aquella maestra jubilada vistiendo semejante prenda era muy gracioso en si mismo y más con las reacciones que provocaba. A la tía Adela le daba igual.

Pues ataviada con aquel abrigo y con una cazuela bajo el brazo se presentó un día en mi casa, exclamando:

-¡Fernandito! ¿Quieres venir conmigo, que voy a llevarle la cena a tu padre que está de guardia?

Como yo siempre tuve querencia por el mundo castrense, no pude decirle que no.

En un momento nos presentamos ante la puerta del cuartel, sede por aquel entonces del Primer Batallón del Regimiento 29, que yo miraba fascinado. Ella se dirigió al soldado de guardia, que la saludó llevándose la mano a la sien.

- Hola, hijo -dijo la tía Adela-. Traigo esto para el oficial de guardia... -continuó, mientras señalaba la pota.

- ¡Cabo guardia! -exclamó el soldado, con un giro previo de cabeza y sin dejarla terminar la frase.

Enseguida apareció el Cabo y mi tía abuela le habló con tanta paciencia como educación:

- Mira, chico. Aquí traigo la cena para el oficial de guardia, el Teniente Fernandito.


Imaginaos la cara de los soldados, reprimiendo la risa. Menos mal que mi padre no pudo oír esto, pensé yo. 

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