martes, 5 de junio de 2018

UN TÉ CON ERNEST HEMINGWAY

  Me disponía yo a emprender mi escritura semanal - en forma de diario creativo -. Para ello entré, a primera hora del domingo, en mi cafetería ferrolana habitual.
 Escribir no es fácil. Es, incluso, agotador.
 Pedí un té y me puse a ello. En esta tarea estaba cuando sentí frío. Un frío impropio de esta primavera.
 Este frío hizo que me acurrucara en mi ropa y que, por un momento, levantara la vista.
 Entonces lo ví. La cafetería ferrolana ( con Jazz de fondo ) se había convertido en un viejo café. Un  café parisino de los años 20
 En mi mesa, junto a mí, se sentaba un tipo joven y corpulento. Pidió un vaso de vino, lo que me sorprendió. Me fijé en el tipo. Era ¡ Ernest Hemingway !. Su expresión socarrona era inconfundible.
- Bebiendo eso nunca llegarás a ser un buen escritor- me dijo mientras sus ojos saltaban del té a las cuartillas.
 Yo no sabía que decir.
 Él Iba por su quinto vaso cuando se le soltó la lengua. ¡ Todavía más !
 Me hablo de Josephine Baker y de su manía de acudir a fiestas ataviada, únicamente, con un abrigo de piel. Abrigo que sólo se abría cuando bailaba pegada a él.
 Me habló de Sylvia Beach y de su librería , Shakespeare and Company. Me contó de Gertrude Stein y de su amante Alice Toklas. Me dijo que odiaba a Zelda Fitzgerald por lo que le hacía a su amigo F. Scott. Y me alabó a ese París que, para él, era una fiesta.
 Yo notaba que, poco a poco, me iba entrando sueño. Tenía que ser el frío porque aquella conversación me apasionaba.
 En esto el camarero me despertó.
 Volvía a estar en mi cafetería favorita de Ferrol. Ante mi té. Todo parecía seguir igual. Todo excepto que Ernest no estaba. Y que mis folios se habían convertido en un libro. Este libro

                         

                     

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