Era una tarde fria. Una tarde fria de invierno. Estaba a punto de levantarme ( me acuestan despuès de comer, para descansar ). No dormìa - nunca duermo por las tardes -. La habitaciòn estaba en penumbra.
De repente sonaron unos toques en la puerta de mi habitaciòn.
- Pase - dije.
Oì un ligero siseo. Y, de repente, estaba allì. Sonriendo como sòlo ella sabe sonreir. Con una sonrisa directa al corazòn. Y, como ya no estaba en el mar, la cola de pez se habìa convertido en piernas. Dos bonitas piernas
- Hola. Querìa darte una sorpresa. Por eso no te avisè.
Su cara, iluminada desde dentro, e iluminadora, llenò de luz la estancia. Me olvidè del frìo hùmedo. Con su desparpajo tierno y habitual me preguntò como estaba. ¡ Como si no lo supiera !. Habìamos hablado pocas horas atràs. Pero ahora era distinto. Su presencia me turbaba y me calmaba al tiempo. El tacto de su piel, en mi cara, cuando me besò, me llevò al paraìso.
Poco despuès me levantaron. Me levantaron y fuimos a merendar. Hablamos mucho. El tiempo volò. Siempre vuela en compañìa de una sirena. Fuera atardecìa. Pero el sol luchaba por quedarse. Y luchaba contra las nubes que querìan ocultarlo. Y el sol ganaba....
A lo que no ganò fuè a la belleza de mi sirena. No podìa apartar mis ojos de su càlida sonrisa.
Y pasò el tiempo. Màs ràpido de lo que yo hubiera querido. Tuve que volver al CAMF, donde vivo, y nos despedimos. Pude volver a notar la calidez de su tacto. Esa sensaciòn nunca me abandonarà. Cenè y me acostaron. De repente notè que, en aquella habitaciòn, ya no hacìa frìo. Mi sirena habìa estado allì!
Desde entonces aquì estoy. Al borde del mar, esperando su regreso.
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