jueves, 9 de junio de 2022
EL ESCORIAL GALLEGO .- PRIMERA PARTE.-
El Colegio de Nuestra Señora de la Antigua, que también se conoce como Colegio del Cardenal, por su patrocinador, o Colegio de la Compañía, por sus regidores originales, es apodado como “El Escorial gallego” y, efectivamente, en él se aprecia el eco del gran monasterio de Felipe II, como un medio Escorial donde la iglesia se encuentra en el centro de la fachada principal, ya participando plenamente de un clasicismo manierista que tuvo importantes frutos en Galicia.
Fue mandado construir por el cardenal don Rodrigo de Castro Osorio, hijo de doña Beatriz de Castro, III condesa de Lemos, y hermanastro de don Fernando Ruiz de Castro Osorio y Portugal, IV conde de Lemos, un relevante personaje del siglo XVI quizá nacido en Valladolid en 1523, aunque ese dato no está claro, que había pasado su infancia y parte de su adolescencia en Monforte, licenciado en Leyes y Cánones en la Universidad de Salamanca, que fue miembro del séquito del príncipe Felipe (futuro Felipe II) en sus viajes a Flandes e Inglaterra o secretario de su hermanastro, el IV conde de Lemos, que estaba en Roma como representante de Carlos V en la Santa Sede, convirtiéndose así en un auténtico hombre del Renacimiento, amante de los libros, del lujo, filántropo y promotor de las artes. En 1556 fue ordenado sacerdote, después fue obispo de Zamora y de Cuenca, en 1581 alcanzó la sede arzobispal de Sevilla y dos años más tarde fue nombrado cardenal por el papa Gregorio XIII. En 1596 Felipe II le nombró miembro del Consejo de Castilla.
La idea de la construcción de un colegio que fuera a la vez panteón familiar y centro de cultura para Galicia en Monforte de Lemos para que en él se enseñase a
“leer y esbrivir y Gramatica rrectorica y artes a todos los niños y personas que lo fueren a aprender y oyr sin les pedir ny llebar por ello yntereses ny otra cossa alguna”.
empezó a fraguarse en 1586, cuando el cardenal inició conversaciones con la Compañía de Jesús para que ésta se hiciera cargo de la dirección del mismo, decidiendo ponerlo bajo la advocación de Nuestra Señora de la Antigua, por la que había cogido profunda devoción en Sevilla.
Así, en 1591 ya se adquirieron unos terrenos a las afueras del núcleo poblacional, una gran planicie junto al río Cabe. A continuación se seleccionaron los tracistas, que fueron el jesuita Andrés Ruiz y el arquitecto italiano del arzobispado de Sevilla Vermondo Resta, quizá éste encargado de la iglesia, que el cardenal quería que fuera más suntuosa de lo habitual en una fundación jesuítica, y aquel más centrado en el resto del edificio, destinado a casa y escuela, para que se hiciesen a gusto de la congregación, aunque el reparto de la autoría de cada uno es un tema todavía abierto.
Andrés Ruiz se había formado como carpintero en la construcción de la colegiata de Villagacía de Campos y posible ensamblador del retablo, diseñado por Juan de Herrera, y en la catedral de Valladolid, de trazas también de Herrera. Después diseñó la iglesia de Villacastín y en 1584 comenzó a dirigir obras de arquitectura, primero como maestro de obras en el colegio antiguo de la Compañía en Salamanca y después dirigiendo las de la iglesia del seminario de Segovia, desde donde fue llamado para que trabajara en Monforte, la primera obra que traza desde el inicio.
Vermondo Resta nació en Milán y llegó a Sevilla en las últimas décadas del siglo XVI, nombrado por el cardenal don Rodrigo maestro mayor de obras del arzobispado en 1585 y más tarde también arquitecto de los Reales Alcázares.
Las obras fueron adjudicadas en 1592 mediante subasta en varias ciudades y en ella participaron casi treinta maestros canteros. Se dividieron en dos lotes, por un lado la iglesia, que ganó Juan de las Cajigas, y por otro la casa y las escuelas, que recayeron en los maestros Diego de Isla, Macías Álvarez y Gregorio Fatón, a los que después se incorporó Gonzalo Fatón, hermano del último. Cajigas era trasmerano y no se conocen otras obras anteriores suyas en Galicia. Diego de Isla era vizcaíno y había trabajado como aparejador en el convento de san Esteban de Ribas de Sil. Macías Álvarez trabajaba en Orense en 1578. Gregorio Fatón había trabajado en el monasterio de Oseira y en el de Melón bajo la dirección de Simón de Monasterio.
Las trazas presentadas a la subasta no se conservan, pero sí el documento notarial del acto, en el que aparecen las condiciones de ejecución de las obras, que dieron comienzo en 1593, poco antes de la firma de la escritura de fundación. Pero en 1594 el cardenal visitó Monforte y decidió la ampliación de la fachada mediante la adición de una galería superior y dos cuerpos laterales a partir de las torres. Pero el comitente murió en Sevilla en 1600 sin poder verlo acabado. En su testamento dejó establecido que debía ser sepultado en el lado del Evangelio del presbiterio, donde fueron trasladados sus restos, una vez concluida la obra, desde su sepultura provisional en la capilla de la Antigua de la catedral de Sevilla.
Por voluntad del propio cardenal los patronos de la fundación serían, a perpetuidad, los condes de Lemos, a los que dejó el encargo de amparar, honrar y favorecer al colegio. Pero éstos, salvo excepciones, apenas atendieron los graves problemas por los que pasó la institución y la obra sufrió paralizaciones casi desde el principio, con pleitos entre los herederos, problemas económicos, incendios, el terremoto de Lisboa de 1755… de ahí que el proyecto inicial experimentara muchas transformaciones.
El estudio del edificio parece indicar que el jesuita Juan de Tolosa tuvo una intervención trascendental, apareciendo en los documentos dirigiendo las obras intermitentemente junto a Andrés Ruiz hasta el fallecimiento de este último en 1596, asignándosele un importante papel en las modificaciones introducidas a partir de esa fecha. Mientras estaba en Monforte también recibió el encargo para la reconstrucción de la iglesia del cercano Monasterio de Santa María de Montederramo, para la que da trazas y condiciones pero solo para el cuerpo de la nave, proponiendo la construcción de una bóveda de lunetos de cantería, aunque finalmente lo ejecutado fue una bóveda de crucería simple, posiblemente resultado de la adaptación de su idea inicial a las reticencias cistercienses a soluciones clasicistas.
En 1602 se hizo cargo de las obras Simón de Monasterio, que remató la cúpula y la bóveda del presbiterio en la iglesia, consagrada en 1619, y comenzó el patio anexo al lado del Evangelio del templo. Por esas fechas el conjunto se componía de iglesia, fachada principal y sólo parte de los cuerpos articulados alrededor de los patios.
Los jesuitas regentaron la institución hasta la expulsión de la Compañía de las tierras de la corona española, ordenada por Carlos III en 1767, y el monarca incauta la fundación del cardenal con todos sus bienes asociados y expide una Real Cédula en la que ordena que el colegio se convierta en Real Seminario, eliminándose los emblemas de la Compañía en las dos puertas principales de la fachada, la parte superior interna de las puertas que comunican la iglesia, el retablo mayor, los claustros o en cuatro claves de las bóvedas de éste. Pero en 1770 doña Rosa María de Castro y Centurión, XII condesa de Lemos, solicitó y recuperó el patronato sobre el colegio con todos los efectos de la primitiva fundación y los adquiridos por los jesuitas además de una cantidad de dinero, para que continuase siendo casa de estudios públicos para todos los naturales de Galicia.
En septiembre de 1824 se produjo un gran incendio que afectó tanto al edificio como a los bienes que contenía, con la consiguiente pérdida irreparable de documentos esenciales para el conocimiento de la historia del colegio. El propietario del edificio, don Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva (1794-1835), XVIII conde de Lemos, XV marqués de Sarria, V duque de Berwick, XIV duque de Alba, pues la Casa de Alba había heredado el condado de Lemos a fines del siglo XVIII por la extinción de la Casa de Castro, ordenó su restauración y la ampliación de las enseñanzas impartidas para que se convirtiera en Real Colegio de Humanidades y Bellas Artes, una función que desempeñó durante los 22 años siguientes. Pero con la supresión de los diezmos en 1837 el colegio dejó de ingresar los curatos de presentación que la Casa de Lemos tenía en Galicia y en 1842 también dejó de percibir la cantidad establecida por la testamentaría de doña Rosa María de Castro para culto y reparaciones, llegando a tal penuria económica que fue necesario suprimir el internado.
Después de unos años de varios cambios en la categoría docente del edificio, en 1873 don Jacobo Fitz James Stuart y Ventimiglia, XV duque de Alba, llegó a un acuerdo con la Orden de las Escuelas Pías para que los escolapios se hicieran cargo de su gestión y el compromiso de impartir primera y segunda enseñanza, comenzando una nueva etapa de obras y reformas en el edificio que no fueron suficientes, una situación que se vio agravada con un nuevo incendio. En un informe del arquitecto de la Casa de Alba don Francisco Pérez de los Cobos, se puede leer:
“El edificio, tal como está hoy, está completamente inhabitable y sorprende verdaderamente que haya siquiera un alumno que venga a buscar la enseñanza en un Colegio en esas condiciones. Hay bóvedas vencidas, muros desnivelados, toda la techumbre amenaza desplomarse; dos patios, uno en ruinas y el otro sin terminar, no dejan lugar a dudas de que en un plazo muy breve el edificio desaparecerá y con él la enseñanza”.
Pero a partir del estudio de este arquitecto y gracias a la venta del cuadro de la Adoración de los Reyes de Hugo van der Goes en 1913, recién descubierto en la iglesia, por fin, se iniciaron las obras que culminaron el claustro principal, la fachada lateral derecha para añadir nuevas dependencias en la parte posterior, en la que sólo existían los sótanos, y se renovaron las cubiertas. Las obras estuvieron dirigidas por el propio Pérez de los Cobos y concluyeron en 1930. Se impartió Enseñanza Primaria, Media y Superior para internos, externos y medio pensionistas.
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