"A las cinco de la tarde
Eran las cinco en punto de la tarde."
Por eso, por querencia a Federico García Lorca y a su poema Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, me encontraba a esa hora del día 29 de septiembre del año pasado delante de la plaza de toros de Pozoblanco, esperando a que abrieran las puertas para entrar a mi primera corrida de toros. Mi pasión por el poeta granadino me impidió darme cuenta de que aquella corrida en concreto iba a empezar a las seis menos cuarto y no a las cinco.
En cuanto llegué al CAMF de Pozoblanco el 2 de septiembre, la animadora sociocultural Marisa me ofreció abonos para asistir a las corridas de toros de la feria de aquel año. Los toros nunca me habían llamado la atención. La plaza de mi ciudad de origen, La Coruña, había sido derribada cuando yo aún era muy pequeño. Ya que estaba en Pozoblanco y para ver si me gustaba, aproveché para conocer el Coso de los Llanos. Solo había oído hablar de esa plaza en las noticias, cuando la muerte de Paquirri. Tenía diecinueve años recién cumplidos y por la tele vi el anuncio de la muerte del torero Francisco Rivera.
Visité la plaza vacía acompañado del guía oficial de la ciudad, que resultó ser de mi generación y del que hablé de las influencias taurinas de un grupo de nuestra época, Gabinete Caligari (como ya conté en otra entrada de mi blog). Una vez vista vacía y oídas las explicaciones del atento guía decidir ir a las corridas. No quería que me influyeran los comentarios, ni los taurinos ni los antitaurinos. Me gusta tomar mis propias decisiones.
Por eso ese día a esa hora estaba ante las puertas del Coso.
Al darme cuenta que empezaba la corrida más tarde de lo que creía, fui a dar un paseo alrededor de la plaza. A lo lejos vi a un tipo bajito, delgado, de tez morena, dentro de un tenderete donde se vendían objetos relacionados con el mundo del toro.
El sol a esas horas y en esas latitudes seguía siendo de justicia, sobre todo para alguien del noroeste como yo. Jero, que así se llamaba el feriante, dirigiéndose a mi con un salero especial me dijo:
- Chaval, acércate aquí y protégete del sol en mi tenderete.
Así lo hice y comenzamos una entretenida charla. Hablamos de la tauromaquia y los puestos de trabajo que mueve a su alrededor. Me dijo que iba a estar en Pozoblanco mientras durara la feria y luego se iba a Ciudad Real, siguiendo las ferias de toda España, sobre todo por el sur. Cada vez había menos corridas y lo tenía más difícil para ganarse los garbanzos.
Me pareció muy simpático. No sé si era andaluz, pero lo parecía. Le compré un par de cosas, entre ellas un llavero con la bandera nacional (no en vano llaman a los toros la fiesta nacional), un llavero que luzco colgado en mi bolsa. También estuve mirando otras cosas que vendía, como capotes y muñecos de torero y gitanilla. Me aparté al cabo de un rato para dejarle hacer su trabajo.
La feria duró varios días y todos ellos me pasaba por el puesto de tan interesante personaje. De mis conversaciones con Jero aprendí mucho. Puede que no sea universitario, pero ha aprendido de la vida mucho más de lo que han aprendido estos. En mi etapa conocía a algunos.
Nos despedimos el día de la última corrida de toros. Espero volver a verlo cuando retome mi afición taurina en Pozoblanco. Mientras tanto, sirva esta entrada en mi blog como homenaje a mi amigo Jero, al que conocí yendo a los toros.




