Batalla de las Termópilas |
Ahí estás.
Te puedo ver, con tus hombres entre los fuegos del campamento.
¡Oh, Leónidas! Eres el rey, pero también un guerrero más.
Os estáis preparando para la batalla. Con vuestros cánticos (el Peán) y contándoos anécdotas y presumiendo de viejas heridas de guerra. Estas y la sangre derramada han establecido entre vosotros un lazo indestructible, el lazo que mañana al amanecer se verá puesto a prueba.
Vais a intentar parar a los persas en las Puertas Calientes (Termópilas).
No tenéis miedo. No sabéis que vais a morir, aunque lo sospecháis. Tú conoces, Leónidas, la profecía del Oráculo:
O bien Esparta es destruida por el extranjero, o bien muere el rey espartano.
Detendréis al enemigo, pero ninguno sobreviviréis. Sin embargo, pasaréis a la historia. No como lo importantes que sois, porque sin vosotros no hubiera sido posible Atenas (vuestra eterna enemiga), ni Sócrates, ni Platón, ni Aristóteles. Vuestros sucesores os verán como una simple jauría de guerreros. Ninguno se parará a pensar que vuestra sangre nutrirá la Grecia clásica y sus pensadores.
Sois vosotros, ¡oh, Leónidas!, los que haréis posible que sobreviva la cultura occidental. Vosotros haréis posible la máxima de un pensador muy posterior, cuando dijo:
Siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado a la Civilización.
Muchos siglos después, los hombres recordarán nombres como los de los grandes pensadores ya citados, pero olvidarán a Leónidas y a sus trescientos a los que les debían el haber salvado su modo de vida.
Y allá por el siglo XXI ya se habrá olvidado lo que vosotros nunca olvidasteis. Que la civilización exige a veces muchos sacrificios, incluso el último que puede hacer un soldado: su propia vida. Y que solo Thomas Jefferson recordará:
El árbol de la libertad debe ser vigorizado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos.
Por eso tú, ¡oh, Leónidas!, te preparas para combatir en las Termópilas. No sabes que vas a morir, no sabes que al día siguiente cenarás en el Hades. Y tampoco sabes que, pasados los siglos, aquellos que debían defender el legado de tu sacrificio frente a los persas no tendrían valor para defenderlo ante sus sucesores musulmanes. Ni que aquella civilización que tú ibas a salvar sería despreciada por sus beneficiarios.
De todas formas, nadie te podrá arrebatar el mérito de tu sacrificio y tu victoria.
Ahora duerme. Tienes que estar descansado para mañana. Cuando, antes del combate, mirarás hacia arriba y se te aparecerá la victoria.
Representación de la Victoria |
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