CÓRDOBA DE LEYENDA, de José Manuel Cano de Mauvesín Historias y Leyendas de Córdoba Editorial Almuzara
Nos encontramos ante un ensayo de tapa blanda que, a lo largo de 231 páginas, nos lleva de la mano a través de una Córdoba (y en general por una Andalucía) legendarias. El libro consta de epílogo y notas, lo que le da una profundidad documental a la obra. Además de esto nos cuenta dos docenas de historias mitológicas y legendarias.
Es imprescindible para conocer la verdadera Córdoba, la antigua, y sobre todo las tradiciones y mentalidad de los actuales cordobeses.
Me encontré con esta joya en una visita que hice a la Casa del Libro de Córdoba donde, ingenuo de mi, buscaba un libro sobre la historia de la ciudad califal. La cordobesa que me atendió, tan joven y bonita, me endosó siete... que todavía estoy leyendo. Pero este me llamó especialmente la atención porque me recordó la somera visita que había hecho por la ciudad.
Así, después de leerlo, recordé los lugares en los que había estado y aunque en ellos me había contado el guía su historia, con este libro volví a revivirla. El libro, muy bien redactado, es un complemento muy útil para el viaje que el visitante debe de hacer a la Córdoba más interesante, la antigua, la de Aberroes, la de Maimónides, la de la Mezquita-Catedral y la de la Judería.
Una de las historias que más me impresionó es la que se cuenta de la calle De las cabezas. Recomiendo vivamente esa visita: debe hacerse al anochecer o ya de noche y conociendo la leyenda que implica a los siete Infantes de Lara. Le aseguro al visitante que podrá ver unas cabezas al fondo de la calle colgando de una viga. Aunque si va por la mañana ya no estarán.
Yo volveré a Córdoba y, cuando lo haga, volveré a visitar este callejón tal como recomiendo al lector.
Formó parte de un monasterio creado por Alfonso XI, rey de Castilla y León, en 1342. El monarca fundó el monasterio para agradecer su victoria en la batalla de El Salado que tuvo lugar en 1340 y para destinar la iglesia del cenobio a Panteón Real. Alfonso XI deseaba que en ella fueran sepultados los restos de su padre Fernando IV, que había muerto en 1312, y cuyo cadáver en ese momento estaba en la catedral de Córdoba. También quería que sus propios restos descansasen allí.
En julio de 1343, durante el Sitio de Algeciras, Alfonso XI cedió al monasterio algunos bienes que habían pertenecido a Martín Pérez y a Rodrigo Pérez de Castro y que en esos momentos se encontraban en la cámara del rey. El soberano encomendó a Fernán Rodríguez, su camarero mayor, la administración de los bienes.
Cuatro años después de la creación del monasterio este fue elevado al rango de Colegiata por el Papa Clemente VI mediante una bula, emitida el 1 de agosto de 1347, para que en este templo se celebraran los oficios de los reyes difuntos con solemnidad. La devoción de Alfonso XI hacia San Hipólito aparece en un documento de octubre de 1333 en la ciudad de Sevilla. Por él ordenaba a los clérigos de Jerez y Sanlúcar celebrasen aniversarios por las almas de sus antepasados en diversas festividades y, sobre todo, el día de San Hipólito.
Las obras se llevaron a cabo muy lentamente, realizándose solo la cabecera y el crucero de la iglesia durante los reinados de Alfonso XI y su hijo Pedro I. El resto de edificios se terminaron en el siglo XVIII.
En 1729 por orden de Felipe V se emprendieron las obras para terminación de la iglesia, finalizándose siete años después, afectando fundamentalmente a la nave, al crucero y a la fachada de la iglesia. Estas fueron ejecutadas por Juan de Aguilar con traza de Tomás Jerónimo Pedrajas. Durante los siglos XVIII y XIX se añadieron una serie de dependencias que dieron lugar a la colegiata actual.
En 1852, reinando Isabel II, el templo perdió la categoría de Colegiata, aunque siguió abierto al culto. Y a finales del siglo XIX fue cedida a la Compañía de Jesús a perpetuidad.
En 1994 se repuso el revoco del estuco del exterior del edificio, siguiendo el modelo original del siglo XVIII, bajo la dirección del arquitecto Arturo Ramírez.
Está situado el templo en la Plaza San Ignacio de Loyola, en el centro de Córdoba, entre la avenida del Gran Capitán y las calles Menéndez Pelayo y Alonso Aguilar. Desde 2008 está considerada Bien de Interés Cultural. Se clasifica entre los estilos gótico y barroco, de planta rectangular formada por la iglesia, la sacristía y el claustro. La fachada principal está ubicada a los pies del templo y fue realizada en ladrillo estucado. Forma un rectángulo coronado por un frontón triangular y adornada con pilastras, pareadas en los extremos y colgantes en el frontón y el centro.
La portada está realizada en piedra y se compone de un cuerpo con pilastras que enmarcan el vano de la iglesia, adornado con molduras. Sobre la cornisa está el segundo cuerpo con una hornacina flanqueada por estípites en la que está la imagen de San Hipólito y es una de las primeras utilizaciones del pilar-estípite en las fachadas de las iglesias cordobesas. La portada está rematada por el escudo del reino de Castilla y León.
Con estos detalles e indicaciones recomendamos a los viajeros y, sobre todo, a los cordobeses que no la conozcan que visiten la Real Colegiata de San Hipólito.
Armadura del Marqués de Cerralbo en la Casa Museo de María Pita.
El segundo marqués de Cerralbo, Don Juan Pacheco, fue muy importante en la defensa de La Coruña cuando fue atacada en 1589.
Aunque la que pasó a la historia fue María Pita, el marqués de Cerralbo era por entonces Gobernador de Galicia y Jefe de la Real Audiencia, así como Capitán General. Gran estratega y destacado político, organizó la defensa de La Coruña contra la Contraarmada inglesa. Fue líder de la resistencia de la ciudad y buen coordinador de su defensa. Reforzó las fortificaciones ante el inminente ataque de Sir Francis Drake. Todos los historiadores conocidos coinciden en que su papel fue fundamental para rechazar el ataque inglés y causar la derrota de la Contraarmada.
La Contraarmada fue conocida como La invencible inglesa. Fue una expedición de castigo organizada por Isabel I de Inglaterra como respuesta a la Real y Felicísima Armada enviada por Felipe II el año anterior. El objetivo principal inglés era castigar la osadía española y destruir los restos de su armada, así como tomar Lisboa y las Azores, cortando las líneas de suministro de España con América. Existía también la leyenda de que en La Coruña se guardaba un gran tesoro de millones de ducados, otro aliciente más para atacar la ciudad.
En mayo de 1589 la Contraarmada atacó La Coruña, una pequeña ciudad casi indefensa dirigida por el marqués de Cerralbo, al que siguieron valientes ciudadanos como María Pita e Inés de Ben. La resistencia coruñesa causó grandes bajas a los ingleses. El mando del marqués de Cerralbo fue fundamental en la defensa de la ciudad, demostrando su liderazgo y capacidad militar en un momento gravísimo para España.
Juan Pacheco era Capitán General de Galicia y cabeza de la Real Audiencia (fusión del poder civil y militar). En el cerco aceptó el desafío y se mantuvo en su puesto, inspirando la resistencia coruñesa. Distribuyó también sabiamente a los soldados profesionales supervivientes de los Viejos Tercios de la Infantería Española.
El marqués de Cerralbo fue el artífice de una línea de torres de vigilancia en la costa, siendo la Torre de Hércules la más cercana a La Coruña. Este sistema de alerta llegó a reunir a más de 1500 personas entre soldados, milicianos, marinos y mujeres. Cerralbo también llamó a refuerzos de Santiago y Betanzos. Los ingleses, a pesar de ello, desembarcan y van ganando terreno, sobre todo en la zona conocida como "la Pescadería", obligando a Cerralbo a refugiar a la población en la Ciudad Vieja.
El 8 de mayo los ingleses piden la rendición de la ciudad y amenaza con que si no en dos días serán masacrados. Inmediatamente, el marqués de Cerralbo responde: Pueden iniciar el ataque cuando gusten.
Pacheco ordenó realizar pequeñas escaramuzas para ganar tiempo y frenar el ataque inglés mientras distribuía a sus efectivos a lo largo de la muralla. Se suponía que los ingleses atacarían el 14 de mayo, cuando Cerralbo se dirigió a la Puerta de Aires para dirigir la defensa. Se pone su armadura y ocupa su puesto en la batalla, entrando en la historia de La Coruña.
Los ingleses, derrotados, se retirarían definitivamente el 18 de mayo, tras catorce días de asedio y dejando atrás dos mil muertos y tres buques hundidos.
Por su conducta durante la batalla el Segundo Marqués de Cerralbo fue recompensado con el puesto de Gobernador de los Países Bajos, cargo que nunca ejercería puesto que falleció cuando iba a embarcar rumbo a su destino.
La reina se encontraba mal. Se levantó de la cama, su marido, Fernando, no estaba junto a ella. Otros menesteres lo habían llamado. Isabel se puso la bata, se sentía mal, muy mal. Por eso se había levantado, pero así tampoco mejoraba. Un ruido estridente que venía del exterior del Alcázar la molestaba mucho. Venía del río, del Guadalquivir.
Presa de la furia gritó: A mi la guardia, rápido!!!
Al momento entraron en su habitación dos guardias reales empuñando sus armas con gesto crispado, preparados para lo peor. Vieron a su reina y se alarmaron, estaba desencajada. Su mirada desafiante, desesperada. Inmediatamente revisaron la estancia, pero no encontraron nada extraño.
- Guardias, rápido, ¿dónde está vuestro capitán?
Uno de los guardias se dirigió al otro: Avisad al capitán, rápido, la reina lo requiere.
El guardia real echó a correr.
A los pocos minutos llegó el Capitán de la Guardia Real y la reina se sintió aliviada.
- Capitán, os ruego, os ordeno que detengáis ese maldito ruido.
- Majestad, como ordenéis; pero he de advertiros que ese ruido es la albolafia del Guadalquivir. Es el molino de agua que instalaron los moros. Y para pararlo necesitaría también la orden de vuestro augusto esposo.
- Es igual. Vuestra reina os acaba de dar una orden. ¿No conocéis el lema "Tanto monta"? Soy la reina Isabel de Castilla. ¡Parad ese engendro de los infieles!
El capitán, llevándose la cruz de su espada al rostro, inclinó la cabeza y dirigiéndose a sus hombres les dijo:
- Ya habéis oído a vuestra reina, parad la albolafia.
Ellos salieron apresuradamente de la estancia. En unos minutos el ruido cesó. El rostro de la Reina se relajó. La albolafia de Córdoba había parado. Para siempre.
NOTA. La leyenda dice que una orden de Isabel la Católica fue el motivo de que la albolafia se detuviera. Los detalles son producto de la imaginación del que suscribe.
Escudo de La Coruña de comienzos del siglo XVII. Coronaba la puerta de la Torre de Arriba en las murallas del barrio de la Pescadería.
Estamos en mayo de 1589. La Coruña representada en la maqueta que he podido fotografiar en una visita reciente a la Casa Museo de María Pita, se convirtió en el escenario de la resistencia y valentía de los coruñeses que, ante el ataque inglés, siguieron a María Pita en su feroz resistencia. La ciudad sufrió severos daños, pero resistió al ataque. Aquí la heroína española lideró una carga contra los soldados ingleses que habían matado a su marido. La carga obligó a los ingleses a reembarcarse y huir mar adentro. Esto hizo de María Pita un mito local y nacional por su honor y valor. La historia de esta coruñesa ha perdurado en la memoria de la ciudad y más allá, siendo celebrada como una heroína.
En esa época La Coruña había sido atacada por la Armada Inglesa, liderada por el Almirante (corsario) Francis Drake como parte de la venganza para destruir uno de los lugares del que había salido la Armada Invencible. La Coruña también fue objeto de las ambiciones inglesas por ser el puerto más importante en su tiempo del noroeste de España. La armada inglesa estaba constituida por 150 naves y 23.000 hombres, desembarcando en la ciudad en 1589. La ciudad fue cercada y se abrió una brecha en la muralla, comenzando el asalto.
Durante este, Don Gregorio de Rocamunde, marido de María Pita, fue muerto. Esto motivó que ella, llena de rabia, arrebatase una lanza al alférez inglés que luego resultó ser hermano del rey. El alférez que arengaba a sus hombres cayó fulminado por el lanzazo. A continuación, la tropa inglesa, desmoralizada, inició su retirada. La hazaña de María Pita se produjo al grito de ¡¡Quen teña honra que me siga!!
La historia de La Coruña campo de batalla se remonta a la época romana cuando era conocida como Brigantium, y contaba con un puerto natural estratégico. También en la época romana fue un importante puerto comercial, conectando por mar la península ibérica y otras partes del imperio. Los romanos rodearon Brigantium con numerosas infraestructuras, incluyendo caminos, puentes y edificios que han perdurado hasta nuestros días. Uno de los más importantes fue el complejo de murallas, que aprovecharon los coruñeses mil quinientos años después para defender su ciudad.
Esta maqueta, que se puede ver en la Casa Museo de María Pita, ilustra cómo era la ciudad en la época. Se puede ver el actual barrio de la Pescadería, que ocupa la parte más estrecha en el istmo y que fue el que intentaron cruzar los ingleses.
La parte alta de La Coruña medieval, conocida como la Ciudad Vieja, está situada a la derecha en la maqueta. Es una zona histórica de calles empedradas, iglesias y casas palaciegas que reflejan el pasado medieval de la ciudad. Refundada en 1208 por Alfonso IX de León se sitúa en el antiguo asentamiento de Brigantium. La ciudad vieja es de visita obligada. La conozco bien puesto que la crucé cientos de veces en los doce años que estudié en el Colegio de Santo Domingo.
Otro emplazamiento importante para la defensa de La Coruña fue el Castillo de San Antón, situado en una isla que se encuentra en plena entrada a la bahía de La Coruña. El castillo no estaba terminado en 1589, pero sí contaba ya con algunas piezas de artillería, lo que fue imprescindible para hacer fracasar el ataque inglés.
Todos los coruñeses saben que, aparte del glorioso papel que jugó María Pita en la defensa de su ciudad, existen otros personajes no menos importantes como los capitanes Troncoso y Juan Varela, antiguos componentes de los Viejos Tercios de la Infantería Española. Así como María Pita tiene dedicada una plaza, la principal de la ciudad con el ayuntamiento, estos dos capitanes tienen sendas calles conocidas por todos los coruñeses como homenaje por la defensa de la ciudad. También fue muy importante Inés de Ben, aunque tuvo peor suerte que María Pita ya que, además de quedar ciega en el combate, desapareció y no se supo más de ella.
No se puede visitar Córdoba sin ir al Museo de Julio Romero de Torres, el que pintó a la mujer morena. Yo fui a su museo. Me encantó. Tanto que me prometí a mi mismo volver a visitarlo. Volveré. Mi visita al museo tuvo además el aliciente de contar con un guía de excepción: un ordenanza cordobés apasionado de su paisano el pintor.
Julio Romero de Torres es un pintor conocido en toda España, principalmente por sus retratos femeninos y su pasión por la cultura andaluza -sobre todo cordobesa-. Uno no puede visitar ese museo sin perderse en la mirada de las mujeres que aparecen en sus cuadros.
Romero de Torres era un pintor simbolista y modernista, con un estilo muy personal que combina la tradición artística con el folclore cordobés. El museo que lleva su nombre exhibe su obra y ofrece un apasionante recorrido por su vida y devenir artístico.
Nació en Córdoba el 9 de noviembre de 1874 y murió en la misma ciudad califal el 10 de mayo de 1930. Era hijo de Rafael Romero Barros, pintor y fundador del Museo de Bellas Artes de Córdoba.
Busto de Rafael Romero Barros, padre de Julio
Siendo muy joven Julio destacó por su talento artístico, ganando varios concursos. Se formó en la Escuela de Bellas Artes de Córdoba, viajando posteriormente a Francia, Países Bajos y Marruecos para ampliar sus estudios. Combinó su oficio de pintor con el de restaurador de obras de arte. Se especializa en el retrato de mujeres y de la vida cotidiana andaluza, utilizando un colorismo intenso.
El museo se encuentra, como no podía ser de otro modo, en el corazón de Córdoba, en la misma ubicación del Museo de Bellas Artes. Fue fundado en 1931, un año después de su muerte, por su viuda e hijos. Remodelado en 1934 cuando se compró la casa contigua, se volvió a remodelar en 1992 para mejorar la iluminación y la seguridad. En el museo se exhiben retratos, carteles, dibujos y publicaciones del artista cordobés, ofreciendo un recorrido por su vida y obra, desde sus orígenes hasta sus obras más legendarias.
Romero de Torres nació en una familia de artistas, lo que lo marcó en su vida. De joven parte de la pintura regionalista para evolucionar hacia la estética de la generación del 98 y del modernismo en boga entonces en toda España. En 1908 crea un estilo personal combinando el sentimiento popular con el folclore. En sus inicios intenta reflejar una España dramática y rural. El pintor destaca también por un dibujo preciso con un colorido equilibrado, azul, verde y sobre todo negro. También pasó a la historia por su temática flamenca y taurina.
El museo es el típico museo de autor que contiene la mayor colección de obras del pintor cordobés y algunos objetos que nos llevan a su perfil más personal. En 1930, en pleno éxito, Julio vuelve a la casa familiar de Córdoba para gestionar su exposición en la Casa de Córdoba en Sevilla con 25 cuadros, lo más representativo de su obra. La sala fue muy visitada y premiada. Su hermano Enrique era entonces director del Museo de Bellas Artes de Córdoba, haciendo gestiones para trasladar la exposición a la ciudad.
La década de 1930 fue clave para la creación y consolidación del museo cordobés del pintor, inaugurándose en 1931 de forma provisional. En primera instancia se seleccionó el antiguo Hospital de la Caridad, próxima al Museo de Bellas Artes, pero pronto se quedó pequeño; por lo que en 1934 las obras se trasladan al Museo Provincial en la Plaza del Potro. En 1936 se añaden tres nuevas salas a las ya existentes. La colección definitiva del museo se completó con las 25 obras llevadas desde la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. También se llevaron obras y objetos personales del pintor que guardaba en sus talleres de Madrid y Córdoba. Posteriormente se fueron realizando donaciones, compras y depósitos hasta completar la colección que hoy se expone.
Fui al museo a finales de octubre del año pasado en una visita por mi cuenta, sin guía. Qué fortuna tuve cuando, al notar mi pasión por los cuadros, se acercó a mi un ordenanza del museo. Demostró ser muy amable y un experto en la figura y obra del pintor cordobés.
Tengo que reconocer, además, que siendo un edificio tan antiguo se ha hecho un esfuerzo ímprobo para hacerlo accesible a los discapacitados.
Fue un día delicioso, a lo que contribuyó el citado ordenanza, que me ilustró sobre la historia de la Córdoba coetánea a la obra del pintor. Debatimos también (debo decir que escuché más de lo que hablé) sobre La chiquita piconera, el famoso cuadro. Este hombre tan amable me dijo que la leyenda de que la Chiquita piconera era una prostituta es falsa. Era una chica normal en la que se fijó (no es de extrañar) y le pidió que posara para él, no era ni prostituta ni su amante.
Sea como fuere, esta visita supone un hito en mi acercamiento a la Córdoba del primer tercio de siglo, la que pintó el gran Julio Romero de Torres. Su museo es de obligada visita para el que quiera conocer y comprender por qué el pintor era un enamorado de la ciudad califal.
Días después llovió en Córdoba, lo cual es un acontecimiento en si mismo. Me encontré a este mismo ordenanza en otro museo, no sé cual, y le pregunté qué hacía allí.
- Estoy aquí mientras arreglan el museo de Julio Romero, cuyo techo se hundió por las últimas lluvias.
Tengo que reconocer que, como gallego y antiguo trabajador en el Museo de Bellas Artes de La Coruña, esto me sorprendió. Se ve que en Córdoba no suele llover y no están preparados para la lluvia. Espero que ya esté arreglado (tiempo ha habido) y espero volver al mismo en mi próximo traslado a Córdoba. Espero también volver a encontrar a mi colega cordobés para recordar la apasionante historia de Julio Romero de Torres de manos de un experto, que me considere su amigo y poder vivir de nuevo su pasión por el pintor.
Cuando me faltaban pocas semanas para volver a Pozoblanco, mi profesora de informática y amiga (viguesa, para más inri) me dio la idea de recoger información del icono coruñés por antonomasia, María Pita. Esta mujer lideró la resistencia contra el corsario inglés Drake en 1589 en el transcurso de la llamada Contraarmada. Esta portentosa herculina dejó su huella en la ciudad y yo me propuse seguirla para llevarme un buen recuerdo de mi ciudad natal. Para ello visité en primer lugar su casa-museo.
Esta se encuentra en el número 28 de la calle Herrerías de La Coruña y está dedicada a difundir la figura de la heroína que luchó contra la armada inglesa en 1589. La casa fue el hogar familiar de María Pita y de su primer marido, Juan Alonso de Rois, quien construyó la vivienda en un solar de su propiedad.
Es más que un simple edificio, es una construcción que nos lleva al pasado viajando al siglo XVI, cuando María Pita se enfrentó a la armada inglesa. Es una visita recomendada para los turistas y también para todos los coruñeses, y que yo, si no hubiera sido por mi amiga viguesa, me habría perdido.
La casa-museo se distribuye en cuatro estancias:
en la planta baja, dos salas recrean la vida en los siglos XVI y XVII con un panorama de la vida de María Pita y de La Coruña en aquellos tiempos.
la segunda planta nos muestra objetos de uso cotidiano del pueblo llano de la época, así como la recreación de la tienda y del dormitorio principal de María Pita y sus padres.
en la planta superior se muestra el papel jugado por La Coruña en las relaciones internacionales de la época y los conflictos entre España e Inglaterra, que llevaron al ataque a la ciudad en 1589.
Tengo que decir que yo me muevo en silla de ruedas, como ya he mencionado muchas veces en este blog, y por mi experiencia no suele haber acceso a viviendas tan antiguas, así que tenía pocas expectativas de poder visitar este museo. Estaba equivocado: pude acceder a las estancias de la planta baja y también a las siguientes ya que cuentan con ascensor. Es un orgullo como coruñés que sea así. En el Museo Naval de Ferrol, por ejemplo, no he podido acceder a la primera planta porque "es un edificio viejo y no hay ascensor", era la excusa.
También tengo que reseñar la amable actitud del personal de esta casa-museo, desde la recepcionista al guía. La recepcionista me dio información sobre otras casas-museo de La Coruña (la de Picasso, la de Casares Quiroga) y el guía me mostró un profundo conocimiento sobre los hechos, que relataba de forma muy amena. Al terminar la visita guiada me quedé hablando con él de los libros de un escritor que ambos admiramos, el coruñés Luis Gorrochategui, gran ensayista sobre la batalla de la Coruña y, en especial, de la actuación de María Pita.