La reina se encontraba mal. Se levantó de la cama, su marido, Fernando, no estaba junto a ella. Otros menesteres lo habían llamado. Isabel se puso la bata, se sentía mal, muy mal. Por eso se había levantado, pero así tampoco mejoraba. Un ruido estridente que venía del exterior del Alcázar la molestaba mucho. Venía del río, del Guadalquivir.
Presa de la furia gritó: A mi la guardia, rápido!!!
Al momento entraron en su habitación dos guardias reales empuñando sus armas con gesto crispado, preparados para lo peor. Vieron a su reina y se alarmaron, estaba desencajada. Su mirada desafiante, desesperada. Inmediatamente revisaron la estancia, pero no encontraron nada extraño.
- Guardias, rápido, ¿dónde está vuestro capitán?
Uno de los guardias se dirigió al otro: Avisad al capitán, rápido, la reina lo requiere.
El guardia real echó a correr.
A los pocos minutos llegó el Capitán de la Guardia Real y la reina se sintió aliviada.
- Capitán, os ruego, os ordeno que detengáis ese maldito ruido.
- Majestad, como ordenéis; pero he de advertiros que ese ruido es la albolafia del Guadalquivir. Es el molino de agua que instalaron los moros. Y para pararlo necesitaría también la orden de vuestro augusto esposo.
- Es igual. Vuestra reina os acaba de dar una orden. ¿No conocéis el lema "Tanto monta"? Soy la reina Isabel de Castilla. ¡Parad ese engendro de los infieles!
El capitán, llevándose la cruz de su espada al rostro, inclinó la cabeza y dirigiéndose a sus hombres les dijo:
- Ya habéis oído a vuestra reina, parad la albolafia.
Ellos salieron apresuradamente de la estancia. En unos minutos el ruido cesó. El rostro de la Reina se relajó. La albolafia de Córdoba había parado. Para siempre.
NOTA. La leyenda dice que una orden de Isabel la Católica fue el motivo de que la albolafia se detuviera. Los detalles son producto de la imaginación del que suscribe.
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