viernes, 4 de julio de 2025

EN LAS ERMITAS DE CÓRDOBA (2)

 

Vista desde las Ermitas de Córdoba.

A finales del último mes de noviembre, en una de mis visitas a la ciudad, me acerqué a las llamadas Ermitas de Córdoba. Además de ver el Cristo (foto ya publicada), pude entrar y observar los utensilios que se encuentran en una de las ermitas que componen el conjunto.

Conocidas por los cordobeses como Las Ermitas, se encuentran a quince kilómetros de la ciudad, en las faldas de la Sierra de Córdoba. Fueron fundadas en el siglo XVIII por el hermano Francisco de Jesús, siendo lugar de recogimiento desde la Edad Media.

La primera ermita se levantó en 1703. El conjunto se compone de catorce celdas que, desde 1957, están regentadas por los Carmelitas Descalzos. En el recinto está un magnífico mirador presidido por el monumento al Sagrado Corazón de Jesús (del que ya os hablaré porque es impresionante y le dedicaré otra entrada).

El origen de los ermitaños en la sierra de Córdoba se sitúa en una tradición muy arraigada entre muchos escritores a finales del siglo III y principios del IV. Se cree que este modo de vida fue "importado" por el obispo cordobés Osio, que siendo joven marchó a Egipto donde conoció a San Antonio Abad y a los primeros ermitaños que comenzaban a poblar el desierto. Cuando tenía 40 años, Osio fue sacado de su retiro en el año 296 para ser consagrado obispo de Córdoba, empezando a divulgar el modo de vida que había visto en los desiertos de la Tebaida y de Nitria. Hasta allí se habían retirado algunos cristianos huyendo de la persecución romana. 

Córdoba está considerada la cuna de la España eremítica. Aunque también es cierto que en el siglo IX se cita la circunstancia de que muchos cordobeses, huyendo de la persecución sarracena, se refugiaban en la sierra cordobesa, llevando vida de anacoreta. Hasta entonces nadie se había preocupado de escribir y observar nada de la vida de esos hombres. Los primeros ermitaños se extendieron por la falda de la sierra desde Hornachuelos hasta la ermita de Linares, pasando por La Arruzafa y La Albaida, viviendo en cuevas naturales y chozas construidas por ellos mismos.

El documento más antiguo sobre la existencia de las ermitas es un escrito del 8 de septiembre del 1400 en medio pliego en pergamino y que se conserva en la catedral de Córdoba, otorgado por el escribano Pedro Acfor y Jaque Rodríguez, en la que consta que: "Diego, pobre ermitaño que so en la ermita que es cerca de La Arruzafa, vende unas casas en la collación de San Pedro".

A partir de ese año se conservan noticias sobre los ermitaños Vasco de Souza, Rodrigo el lógico, Martín Gómez, Fernando de Rueda, Mateo de la Fuente, Gaspar de los Reyes y Damián de Lara. Y sobre todo la vida del hermano Martín de Cristo.

En 1583 el obispo de Córdoba Don Antonio de Pazos cita a los ermitaños en el Monasterio de San Francisco de Arruzafa y les da unas sencillas normas de comportamiento. En 1594 el obispo Portocarrero les entrega unas constituciones de cinco artículos para que se rijan por ellas.

En 1703 Francisco de Jesús en el ayuntamiento de Córdoba presenta la petición para que se les conceda la posesión de la cumbre del Cerro de la Cárcel. Y allí se trasladan desde las faldas de la sierra. En seis años se construye la iglesia y las ermitas. Estuvieron 254 años, excepto el periodo de desamortización de Mendizábal. 

Volvieron las ermitas a la congregación de Nuestra Señora de Belén. En 1957 se extingue la congregación, uniéndose los ermitaños a la orden de Carmelitas Descalzos. Hoy este enclave está restaurado por la Asociación Amigos de las Ermitas y cualquier persona puede vivir unos días allí como los antiguos ermitaños, puesto que están rodeadas por silencio y soledad.





Las fotos que aparecen arriba son de los objetos correspondientes a la ermita de la Magdalena o la de Santiago el Menor, que son las dos que se pueden visitar en horario normal de apertura.

miércoles, 2 de julio de 2025

MI MAR CORUÑÉS. NOSTALGIA.


Fue un sábado, el sábado de una de estas semanas pasadas. Aproveché el día para visitar mi Coruña, la que por mi infancia y según el poeta es mi única Patria. Y cómo visitar Coruña sin recorrer su espectacular paseo marítimo, obra del polémico -pero muy recordado en Coruña- alcalde Paco Vázquez. Además, antes de acudir a otro lugar del que más adelante os hablaré, aproveché para pasear solo al lado de la playa. Una de las pocas playas urbanas que quedan en España.

Entonces, con el sol dándome en la cara y arrullado por el suave sonido de las olas, recordé la canción de Charles Trenet y la gran versión de Bobby Darin. Muchos sentimientos encontrados se despertaron en mí a la vista del inmenso mar, un mar al lado del cual nací (a menos de cien metros) y frente al que crecí.

Aminoré la velocidad de mi silla de ruedas y me quedé de nuevo absorto contemplando el gran azul. 

He de confesar también que una brisa de nostalgia me invadió, puesto que pronto espero estar en el CAMF de Pozoblanco (Córdoba), en donde pasé uno de los mejores otoños que haya vivido. El hecho de que me vaya allí no quiere decir que vaya a olvidarme de donde vengo. Por eso vine a despedirme de la ciudad y el mar que la baña.

El sol se bañaba en sus aguas azuladas; el mismo sol que, sin darme yo cuenta, me quemó los brazos. Me dio igual. Tenía que ir a despedirme de ese mar. En el interior de la provincia de Córdoba, que yo sepa, no hay mar. Y aunque algún día pueda escaparme a la costa gaditana, no será lo mismo.

Tengo que decir, si no lo dije ya, que de momento vivo en Ferrol, bañado por el mismo mar de Coruña. Pero no es lo mismo. Los recuerdos que se bañan en el mar coruñés no tienen nada que ver con mi experiencia ferrolana. Por eso fui a pasear, a pasear lentamente. Protegido, eso sí, por mi sombrero de ala ancha.

El día fue inolvidable y, por si se me borran los detalles (los dioses no lo quieran), saqué esta foto, de un mar que me vio nacer, pero que, con suerte, no me verá morir. Porque más temprano que tarde me iré tierra adentro, a casi mil kilómetros, a buscar mi residencia definitiva, en el lugar en el que tan bien me encontré. Aunque La Coruña es el símbolo de lo mejor de mi pasado, probablemente se encuentre lejos de lo mejor de mi futuro.

Por eso aproveché ese sábado para pasear cerca del mar, ese mar que tanto significó para mí y que, si todo va bien, formará parte de lo bueno que he vivido, que no es mucho.